1. Los 7 pecados capitales: 6. Envidia


    Fecha: 14/08/2024, Categorías: Incesto Autor: privado, Fuente: SexoSinTabues30

    ... padre lo sacó de su ensimismamiento.
    
    Eduardo tomó el pico en la palma de su mano. Realmente se veía formidable; más grande, más grueso y más maduro que el de su hijo y este último lo sabía. Verlo le produjo una suerte de sorpresa y admiración, pero luego fue incubándose un sentimiento de rabia al darse cuenta de que ese hombre al que apenas reconocía como su padre, tuviera sus partes masculinas tan propias del macho maduro. Sus piernas peludas, sus bolas enormes, los pelos del pubis, todo ello hacía de él un verdadero semental y le dolía el pecho al pensar que tal vez su mamá preferiría el pico de su esposo al suyo.
    
    La incomodidad de ese encuentro se hizo aún mayor cuando su padre lo abrazó y lo besó en la cabeza. Lo mantuvo así un rato largo sin decir nada. Edu no devolvió el gesto, solo se mantuvo en silencio en brazos de ese hombre que decía ser su padre, pero que para él no era más que un ladrón que había robado lo más importante de su vida: su mujer.
    
    El resto de la tarde, Edu se encerró en su cuarto hasta que la necesidad lo obligó a dirigirse al baño. Notó que su madre ya había limpiado el corredor.
    
    En la noche, no quiso salir a cenar. Se metió en la cama. Al día siguiente era sábado y pensaba pasar fuera de la casa todo el día. El dolor que sentía en el pecho no cesaba.
    
    Ya tarde su padre volvió a entrar a su habitación.
    
    —¿cómo estás? —preguntó.
    
    —Bien —respondió Edu con sequedad.
    
    —Tu mamá te está preparando un sandwich —comentó su padre. Después de un largo silencio agregó—: Tú no me quieres aquí, ¿verdad?
    
    Edu calló con la cabeza gacha.
    
    —Fueron muchos años en que no estuve en este hogar, pero todavía soy tu papá, ¿Ok? Tendrás que acostumbrarte a verme por aquí.
    
    Edu se sintió impotente ante la voz grave del macho que establecía su lugar en la familia. Su figura imponente y su modo rudo lo hizo sentirse disminuido.
    
    Eduardo salió del cuarto y acto seguido entró Susana. Dejó el plato en el velador y se sentó en la cama junto a Edu.
    
    Al cabo de un incómodo silencio, Susana le habló:
    
    —Hijo… yo no sabía, llegó de improviso…
    
    Edu no la dejó terminar y se abalanzó sobre ella rodeando su cuello y ambos lloraron en el hombro del otro.
    
    —No te quiero perder, mamá, no quiero —sollozó el chico.
    
    —Hijo mío. No, eso no va a pasar. Las cosas van a cambiar, pero soy tu madre, no me vas a perder.
    
    —¡Pero tú sabes que no hablo de eso!, ¡quiero que seas mi mujer! —le espetó Edu en un arrebato a medias murmurado.
    
    —Hijo… ya veremos. No te angusties, ya veremos qué hacemos. Te quiero mucho.
    
    Susana le dio un beso a su hijo quien respondió con rabia, casi mordiéndole los labios, apretando sus tetas.
    
    —¡Eres mía!, ¡mía solamente!
    
    —¡Ay, hijo! —se quejó la madre, pero pronto se recompuso y se levantó—. Quédate tranquilo. Ya veremos qué podemos hacer.
    
    Esa noche Edu trató de dormir, pero el dolor que sentía en el pecho se agudizó aún más cuando sintió los movimientos en la cama que hasta la noche anterior era ...
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