1. La sombra de lo desconocido (5)


    Fecha: 17/08/2019, Categorías: Infidelidad Autor: memorandum, Fuente: TodoRelatos

    ... patética excusa. Había bajado la cabeza avergonzado por mi actuación de premio Razzies a peor actor, pero al alzar la vista y encontrarme con sus ojos, supe que el peor plan de la historia estaba resultando de la mejor manera posible. Los ojos se le salían de las órbitas. Su boca permanecía abierta y una gota de sudor le resbalaba por la frente. Entonces miré al frente, más allá de su oronda figura, y vi claramente lo que él estaba viendo en el espejo tras de mí, y que le había causado tal impacto que su voz se quebró en un sonoro gallo.
    
    - Sí… sí, sí… yo… yo sigo… con lo mío.
    
    Pero no se movía ni un sólo centímetro de su posición ni abandonaba su privilegiada vista. Ajena a todo, Ana se desnudaba, con las rodillas flexionadas, deslizando las ajustadas mallas por sus muslos y arrastrando con ellas un tanga negro que dejaba visible su impresionante culo. Yo sentía mi boca pastosa, pero luchaba por sonar natural, sabiendo que si el impactado operario notaba algo extraño, mi plan fracasaría al momento.
    
    - Vale, pues voy a decírselo a Ana y ahora vuelvo.
    
    Lo dejé sin que pudiera reaccionar y fui directo al baño, abriendo aún más la puerta en el momento en el que Ana se giraba. Se acababa de sacar el top y se desabrochaba el sujetador, liberando sus imponentes tetas y sus no menos impactantes pezones, que lucían oscuros, grandes y duros, y regalando una imagen espectacular de desnudez completa al que sólo unos minutos antes la había catalogado como “buenorra”.
    
    - Joder, cómo tienes esto de vaho. – mentí – Dejo un poco abierto y te llevo esta ropa a la lavadora, ¿no?
    
    - Vale, pero no la pongas todavía, que tengo que meter mi blusa blanca.
    
    Salí calculando cuál sería la apertura adecuada de la puerta, suficiente para permitir una visión completa y nítida de lo que sucedía en el baño, y a la vez lo bastante discreta para no levantar sospechas. Llegué de nuevo hasta Jose, que permanecía inmóvil, imitando una suerte de versión masculina de Edith, convertida en estatua de sal, y con un volumen de voz lo bastante bajo para no ser audible desde el baño, fingí gritar sabiendo que el sonido del agua de la ducha amortiguaría mi voz.
    
    - Ana, te dejo aquí tu ropa sucia. Luego la metes en la lavadora. Me voy.
    
    Sucia sonaba demasiado obvio, debería haber dicho usada, pero quise cebar el anzuelo para que el pez globo picara sin remisión, por muy evidentes que fueran mis tretas.
    
    - Bueno Jose. Me voy, en media hora estoy de vuelta. Luego nos vemos.
    
    El pobre hombre no acertó siquiera a articular una despedida. Cerré la puerta tras de mí y suspiré aliviado. Alea iacta est.
    
    Salí al sofoco del bochorno estival y paseé nervioso hasta doblar el edificio y sentarme en un banco a la sombra. Mi mente imaginaba las escenas más surrealistas y pornográficas entre mi mujer y el operario de la mudanza, y aún sabiendo que eran delirios producidos por la incertidumbre de no saber lo que estaba sucediendo arriba, un profundo desasosiego se apoderó de mí. ...
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