1. Infiel por mi culpa. Puta por obligación (4)


    Fecha: 05/05/2019, Categorías: Grandes Relatos, Autor: DestinyWarrior, Fuente: CuentoRelatos

    ... impuntualidad me saca de casillas y ese mal hábito que detesto de las personas, por amor siempre se lo perdoné a Mariana.
    
    ***
    
    ¡Nadie contesta! ¿Será que se cansó y no me esperó? ¡Pero alguien debe estar hospedado!
    
    Respiro profundamente y me froto las manos. Mientras divago en mis pensamientos, escucho el correr de la tranca metálica y el girar del cilindro en la cerradura. Se abre la puerta por completo, sin preguntas. ¡Me esperaba! Y recibo un cariñoso y fuerte abrazo. No es Camilo, que ilusa. Pero igual siento una inmensa alegría.
    
    — ¡Mi niñaaa! Mi Dushi hermosa, que alegría de verla. —Y tras sus palabras de recibimiento, Kayra me estampa dos sonoros besos, uno por mejilla y sus ojazos negros brillantes por la húmeda dicha de verme de nuevo, revisan mi anatomía; me hace girar trescientos sesenta grados tomándome de la mano, para comprobar tal vez, que me encuentre sana y salva.
    
    — ¡Ohh mi preciosa Kayra! Gracias, muchas gracias. A mi tambien me da gusto verte. ¿Sabes? Te veo muy bien. Eso debe ser que Kenley te mantiene muy bien atendida, jajaja.
    
    Y aquella mujer que ha servido como cuidadora, cocinera, mucama, guía turística en nuestros primeros días y por poco casi mi madre aquí en la isla, agita frente a mí, las palmas blancas de sus dos manos, negando mi suposición.
    
    — ¡Que va mi niña! Ese hombre no me sirve sino para darme dolores de cabeza y una que otra serenata cada vez que quiere pedirme perdón y que lo deje entrar en la casa para sobarme las tetas y apretarme el culo. ¡Claro! Después de perderse tres días los fines de semana con sus amigotes, esos con los que se la pasa dizque cantando en las calles del mercado flotante o en alguna de las playas, sobre todo esa de Mambo Beach. Coqueteándole a las turistas monas y cree que nadie me lo cuenta. Y cuando le estiro la mano, ni un florín pone para la comida. Un vago que me sirve de vez en cuando para el catre. —Me sigo riendo con mi mano cubriendo la boca y ahora soy yo quien le da un abrazo.
    
    —Pero siga mi niña, siga y me acompaña a la cocina que estoy terminando de preparar la limonada para ofrecerle en el desayuno a los huéspedes. —Y Kayra tomándome del antebrazo se hace con mi frágil humanidad ante su corpulencia y me lleva con ella al interior de la casa.
    
    En la entrada observo que no hay vehículos en el parqueadero. Solo la cuatrimoto de William y por supuesto la vieja Vespa amarilla de Kayra. Dentro en el recibidor recorro los espacios con la vista. El gran salón con sus muebles antiguos forrados en terciopelo antes granate, ahora son color arena. El viejo reloj de pesas sigue ocupando su lugar. Los porcelanatos del piso resplandecen con los rayos de sol, que burlones, se cuelan al vaivén de los visillos que son agitados por la brisa, al estar las ventanas completamente abiertas a mi izquierda.
    
    Cortinas en verde aguamarina que cortan muy bien con las blancuras de los velos, tan nuevas y diferentes al color mandarina de las pasadas. Los mismos altos jarrones de ...