1. Una madrastra de las buenas


    Fecha: 07/04/2019, Categorías: Infidelidad Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos

    ... terraza y, poco a poco, una gran sonrisa iluminó su rostro. Estaba ausente, pensativa, sosteniendo la jarra en la mano como si yo no estuviera allí. Pero yo sí que estaba, y me aproximé con cautela a su espalda para besarla con ternura en el hombro.
    
    —Anda, corazón —me indicó— Alcánzame unos vasos.
    
    Un momento después, la sonrisa de Virginia mudó a un gesto de pasmo. No porque le hubiese dado los vasos, sino porque empecé a masturbarla. Aunque no le había preguntado, mi madrastra no puso reparo a que metiese el más largo de mis dedos en su sexo y empezase a moverlo adentro y afuera.
    
    Un minuto más tarde tuve que sujetarla, pues la excitación hizo que comenzasen a fallarle las piernas. Virginia jadeaba, alterada, tremendamente turbada, a diferencia de la educada negociación que mi padre estaba sosteniendo en el porche de casa. Seguí hasta que mi madrastra dio síntomas de ir a correrse nuevamente. Para su desolación, saqué entonces aquel dedo pringoso y reluciente, y lo metí en el gazpacho.
    
    Al ser bastante más baja que yo, Virginia tuvo que alzarse sobre las puntas de los pies, pero logró su objetivo. Aunque hubo de apoyarse en la encimera, consiguió que su sexo recibiese la primera envestida que su hijastro proporcionaba a una mujer. Lo hizo con alborozo, estremeciéndose, sobrecogida de que estuviese a punto de levantarla en vilo con aquel torpe arreón.
    
    Y mi madrastra se corrió enseguida, al menos la primera vez, ya que tuvo muchos otros espasmos antes de que yo la inmovilizara con firmeza contra la encimera y, sin más dilación, procediera a saciar mi propia avidez de ella, follándola con pasión, sin contemplaciones, sin detenerme hasta desbordar todos sus sentidos, hasta verter en su interior otra ardiente corrida que hizo las delicias de Virginia, y que le arrancó un postrero clímax que la dejó con las rodillas dobladas y las piernas temblando.
    
    —Cariño, desde luego, cómo eres… ¿No les has ofrecido nada a tus invitados? —oí rezongar a mi madrastra al salir al patio, bandeja en mano.
    
    La observaba desde la ventana de mi cuarto, pues la había dejado sola en la cocina cuando, después de colocar la jarra de gazpacho en el suelo, se había remangado la falda y puesto en cuclillas dispuesta a exprimir su sexo. Aquello había sido demasiado.
    
    No sabía cuanto tardaría aquella menuda y fascinante mujer en abandonar a mi padre, pero estaba convencido de que lo haría más pronto que tarde. De modo que inspiré de mis dedos el intenso aroma de mi madrastra, sonreí, y me fui a esperarla al cuarto de baño.
    
    CONTINUARÁ.
    
    Referencias:
    
    —“Los perseguidos”, de Fernando Benzo. 
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