1. Una madrastra de las buenas


    Fecha: 07/04/2019, Categorías: Infidelidad Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos

    ... deliciosa.
    
    Con el paso de los segundos, y a medida que sus ahogados gemidos fueron a más, supuse que mi también ella debía estar masturbándose, lo cual corroboré al instante. La esposa de mi padre me sujetaba la verga con la mano en que lucía su alianza de casada y, con la otra, frotaba su sexo en una sincronización perfecta, armoniosa, sobresaliente.
    
    La saliva de Virginia, sus sollozos, su voracidad, su respiración entrecortada, todo daba muestras de incrementar, de crecer, de ir a más al igual que lo hacía mi polla en aquel horno en que se había transformado su boca. Un minuto después, mi madrastra comenzó a desvariar, a lamer de forma tórrida, a succionar con fuerza, a chupar mi erección como una auténtica cerda…
    
    Y de pronto se quedó súbitamente inmóvil, azuzada a todas luces por un inminente orgasmo. Gimió con un énfasis especial, agónico, afligido, y fue como si yo hubiese escuchado el pistoletazo de salida de una carrera en la que yo era el único que faltaba por llegar.
    
    Súbitamente, ella debió notar el distintivo sabor del líquido preseminal, se removió y me miró con aquellos ojos expectantes, como un semáforo en verde, invitándome a hacer lo que yo llevaba un buen rato pensando.
    
    No dudé ni un instante. Virginia no estaba para nada pues, a pesar de seguir amordazada, ofuscada, no paraba de darse placer tratando de permanecer el mayor tiempo posible sobre el pedestal de su propio placer.
    
    Eché una última ojeada a la terraza para asegurarme de que mi padre y sus socios seguían negociando y, acto seguido, sujeté la cabeza de mi madrastra entre las manos y emprendí un vaivén tan resuelto como prudente, tan autoritario como contenido. Pasé pues a responsabilizarme del modo en que Virginia debía mamar mi miembro o de follarle la boca a la esposa de mi padre, según se mire.
    
    No me entretuve, necesitaba eyacular y fue lo que hice, entre mis propios gruñidos, envites y espasmos y, sobre todo, entre los carnosos labios de mi madrastra. Si antes había abierto mucho los ojos, al sentir como su boca se llenaba, los abrió más todavía. Debió creer que aquello nunca pararía, pero frunció los labios decidida a no dejar escapar ni una gota. Sabía que podía lograrlo.
    
    Un minuto más tarde, cuando mi madrastra se hubo asegurado de que yo ya había acabado y se zafó de mí, se irguió tan tranquila, sin prisa, adecentándose la falda con la boca bien cerrada, lo que dejaba bastante claro que la muy terca no se había tragado mi esperma por mucho que a mí me hubiera gustado que lo hiciera.
    
    Supuse que se iría al baño, pero no. Virginia se fue directa al frigorífico, lo abrió y, con una mezcla homogénea de asco y asombro, la vi verter todo aquel mejunje blancuzco en la jarra de gazpacho andaluz que ella misma debía haber preparado la tarde anterior. Sin ningún miramiento, Virginia removió la mezcla con un dedo, que luego chupó hasta dejarlo limpio.
    
    —Delicioso —concluyó, tajante.
    
    Mi madrastra se quedó mirando a mi padre y los demás en la ...
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