1. Las mejores mamadas son en familia


    Fecha: 09/11/2019, Categorías: Gays Autor: Machi, Fuente: TodoRelatos

    ... dije:
    
    —Pues lo normal en estos casos, nos hemos tomado la temperatura y después no hemos puesto un supositorio hasta que hemos echado los virus.
    
    Francisco me miró, sonrió y movió la cabeza con cierta perplejidad. Se bajó del coche sin decir nada y una vez me apeé del vehículo. La imagen que me ofrecía mi primo me dejó un poco descolocado: lucía un vaquero levemente ajustado y con bastante descaro se acomodaba con la mano el bulto de su entrepierna. Debido a su envergadura, me hizo presuponer que no tenía la polla en situación de descanso, ni mucho menos.
    
    Extrañado ante su ademán, lo observé detenidamente. Aunque el concepto que tenía de él era un niño regordete y bonachón y difícilmente podía pensar en él como en un hombre, el robusto y atractivo chico de veinte años que tenía ante mis ojos poco o nada tenía que ver con mis recuerdos.
    
    Aunque en Navidades, lo vi menos obeso que en otras ocasiones, no me percaté del motivo: mi primo Francisco se había vuelto un adicto de las pesas.
    
    Mi mirada recorrió minuciosamente todo su cuerpo. Su rostro, sin ser tan hermoso como el de sus hermanos, poseía unos rasgos varoniles que lo hacían deseable. Aunque su aspecto seguía siendo bastante aniñado, se dejaba entrever en el cierto aire de virilidad. Se había transformado en lo que se suele decir: “un moreno de toma pan y moja”.
    
    Pese a que su ancho pectoral parecía recordar todavía a su antigua constitución física, lo que antes era mera grasa ahora era puro musculo. Bajo la camiseta blanca se vislumbraba un hinchado y atractivo pecho que, irremediablemente, me aceleró el pulso.
    
    Sus brazos y hombros, sin ser nada del otro jueves, aporrearon a mi libido (que por aquello de ser mi primo y tal, aún no la había puesto a funcionar), la cual terminó de despertarse cuando mis ojos se pararon en su abultada entrepierna.
    
    Moví la cabeza en señal de sorpresa y sin dar tiempo a reaccionar a mi primo le dije:
    
    —¡Primito, te has puesto enfermo!
    
    Francisco se puso como una amapola e instintivamente llevó sus manos a su paquete, en un intento vano de ocultar su calentura.
    
    —¡Si es por mí, no hace falta que te tapes! — Dije de manera distendida, dando a entender que lo que veía me agradaba.
    
    Francisco buscó en mi mirada una pizca de complicidad y encontró una montaña. Guardó silencio durante un breve instante y, sin reparo alguno, me lanzó una pregunta:
    
    —¿Sabes, Pepe? Ya somos mayores. ¿Te gustaría jugar a los médicos conmigo?
    
    Por unos segundos permanecí sin decir palabra alguna, ni siquiera hice un mero gesto. Las palabras de mi primo me habían cogido fuera de juego. Pues a pesar de haber superado el miedo a mi realidad con sus hermanos y a pesar de las buenas calificaciones obtenidas en materia sexual en el internado. Francisco era mi “Francisquito”, la persona de mi infancia a la que más cariño guardaba. Acceder a follar con él, era destrozar un dulce recuerdo, negarme era poner un ladrillo más en el muro de sus múltiples complejos. Sabía ...
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