1. Las mejores mamadas son en familia


    Fecha: 09/11/2019, Categorías: Gays Autor: Machi, Fuente: TodoRelatos

    ... que hiciera lo que hiciera, mi relación con él se resentiría.
    
    « ¡Qué coño, un polvo siempre sería mejor recuerdo que el de sentirse rechazado!», me dije, mientras le devolvía una picarona sonrisa.
    
    Cómo no soy de dejar pasar la vida sino de disfrutarla intensamente, alargué mi mano hasta su paquete y le dije arrastrando mis palabras de un modo sensual:
    
    —Pues si no recuerdo mal lo primero que se hacía era tomar la temperatura, ¿no? —Mis dedos acariciaron su tranca, la cual no tenía ningún parecido con las delgadas pollas de sus hermanos, más bien me recordaba al regordete y enorme cipote de su padre. El cual permanecía clavado en mi memoria desde aquella vez que lo pillamos masturbándose bajo la ducha.
    
    Al sentir como mis dedos se aferraban a sus genitales, mi primo cerró sus ojos y dejó escapar un prolongado suspiro de sus labios. Su caliente respiración cayó como un pequeño vendaval sobre mi rostro y si por casualidades de la vida no me hubiera puesto cachondo aún, aquel gesto hubiera terminado haciéndolo.
    
    —Pasemos dentro. No hay nadie, tenemos la casa para nosotros —Me sugirió con una voz entre amable y autoritaria. `
    
    Al adentrarme en la vivienda, una desorbitada nostalgia me invadió, lo rústico de aquel lugar evocaba en mí sensaciones que creía olvidadas y durante unos instantes sentí como el ayer golpeaba mi hoy. El protagonista de mi vida no era un joven de dieciocho años pues me sentía como un niño, a quien el “listísimo” de su primo Francisquito iba a explicarle todas aquellas cosas de los mayores que él no entendía.
    
    Pasé la mano por el tórax de mi primo, como me figuraba estaba duro como un leño. Su abdomen era también un lugar donde dejar crecer los deseos. Volví a apretar su polla y de manera impersonal le comenté:
    
    —Para mí que usted tiene fiebre. Va a haber que tomarle la temperatura.
    
    Francisco me sonrió con ese encanto natural que le salía por las orejas y me dijo:
    
    —Sí, pero mejor pasemos a la consulta.
    
    Me cogió la mano de manera fraternal y me invitó a que lo siguiera. La supuesta “consulta” era su dormitorio, el cual una vez no adentramos en él, cerró con llave.
    
    —Por si las moscas —Me dijo guiñándome un ojo y sonriendo desvergonzadamente.
    
    Observé la estancia y de nuevo la niñez volvió a mí. ¿Cuántas veces había dormido en una de aquellas dos camas? En las estanterías, junto a los discos de vinilo y algunos libros, todavía se podían ver algunos juguetes de la infancia. Aquella habitación me devolvía a una época donde la ingenuidad y la ignorancia parecían la misma cosa.
    
    Contemplé el rostro de mi primo, estaba rojo de excitación (Creo que le sudaban hasta las manos). Por su forma de comportarse, aquello que nos disponíamos a hacer no le parecía ni mal ni bien, sino todo lo contrario. Posé mis manos sobre sus hombros en un intento de tranquilizarlo. Lo que sucedió a continuación, me volvió a dejar descolocado por completo.
    
    Sus labios se posaron sobre los míos, su lengua como una ardiente ...
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