1. La Libertad III_30: día 12_apuesta


    Fecha: 21/10/2019, Categorías: Incesto Autor: laualma, Fuente: TodoRelatos

    ... las tetas con un brazo y el chocho con la otra mano.
    
    - Quita las manos, pedazo puta. Quiero sobarte las tetas. Y sabes que tengo derecho a hacerlo.
    
    -¡Marrano! – le contesté, como si en vez de una mujer madura fuera yo una niña con poco más de diez años. Pero, a pesar de todo, obedecí y levanté los brazos, poniendo las manos detrás de la cabeza con gesto lascivo. Me moría de ganas de que me hiciera gozar.
    
    Mirándome directamente a los ojos, mi primo se puso a sobarme mis excitadas tetas con una mano. Con la otra, se bajó por fin su estiradísimo calzoncillo y me dijo:
    
    - Qué buena estás, zorra. Mira. La tengo completamente tiesa. Por ti, Laura. Llevo así un año, por ti, prima…
    
    Tras mirarla un momento, y tragando saliva, muerta de deseo, conseguí volver la cabeza hacia el lado contrario diciendo:
    
    -¡Qué asqueroso! – Pablo solo respondió agarrándose aquella dura mandanga y usándola para golpear con violencia mi cuerpo.
    
    Mi orgullo me pesaba como una losa, pero él no le dio importancia y, ignorando mi fingido enfado, se dedicó a aprovechar mi completa y explícita sumisión real. Pasó un largo rato aprovechándose del estado de excitación integral de mis tetas y luego, lentamente, fue bajando por mi estómago hasta mi chocho. Yo le abrí las piernas, porque estaba desesperada, y él tampoco le dio más vueltas y se puso a hacerme una paja en toda regla. Yo estaba en el cielo, desde luego, porque las ganas que tenía de que Pablo me tocara así el coño eran descomunales. Pero parecía que también él lo estaba disfrutando todavía más que antes, más que nuestros 69 de por la mañana y más incluso que todo lo que había pasado por la noche, ya que mi renuente sumisión le estaba poniendo inconcebiblemente caliente. Mi primo notaba que yo no dejaba de resistirme pero, a pesar de todo, le iba concediendo el permiso para todo sin que él tuviera ya siquiera que pedirlo. Y así, él iba derribando con saña todos y cada uno de nuestros tabús autoimpuestos durante mis largos y desesperantes meses de prohibición.
    
    Mi primo me pajeó con decisión y rapidez hasta llevarme al límite, pero el hijo de la grandísima me volvió a hacer la jugada de la tarde anterior. Sin dejar de mirarme, esperó a que encogiera los dedos de los pies, señal de que estaba al borde del verdadero y definitivo orgasmo, y entonces paró en seco. Yo estaba tan en el séptimo cielo que me había olvidado por completo de la situación, abandonada al disfrute y al vicio. Así que, cuando me dejó caer desde allí, privándome de la explosión total, mi cara era un poema. Tuve claro que me había dejado al borde del orgasmo a propósito, pero no podía decirle nada sin reconocerle que aquello me gustaba. Estuve a punto de hacerlo, pero mi estúpido orgullo volvió a hacer acto de presencia, y más fuerte que nunca.
    
    Aquel idiota, aquel mocoso. Estúpido, si me hubiese terminado en aquel momento, todo habría sido coser y cantar. Yo hubiera perdido de golpe todos mis pudores, incapaz de seguir negándole, de ...
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