Todo cuenta - Relatos Eróticos

Todo cuenta

... si veníamos a trabajar a mi casa y al final se cumplió. Pero no fui el único al que le afectó la revelación. El gesto de David también se tornó en incredulidad.

-¿Estás de broma?

-No.

La situación se volvió sumamente incómoda. Él tampoco sabía qué decir. Pasaron algunos segundos sin que ninguno de los dos dijera una sola palabra. Probé a tantear el terreno:

-¿Te molesta?

Pude notar que David vacilaba. No tenía claro cómo tomárselo.

-Me halaga-dijo, tras cavilar un momento-. Pero resulta un poco siniestro...

-¡Las borro ahora mismo!-exclamé.

Por dentro, me dolió coger el ratón y ver cómo las imágenes desaparecían de la pantalla, primero hacia la papelera de reciclaje, y luego de esta. Era un sacrificio necesario del que él debía ser testigo para eliminar cualquier atisbo de duda.

-Gracias-dijo.

El tema quedó zanjado en ese instante y ninguno de los dos volvimos a mencionar el tema. Sin embargo, un aura de tensión e incomodidad quedó flotando en el ambiente que lastró nuestro desempeño en el trabajo, que no vio avances sustanciales. Ello suponía más reuniones incómodas, una idea nada halagüeña que se veía impelida por la necesidad de sacar una buena nota.

Al día siguiente, mi única esperanza era que David no hubiera revelado la noticia sobre sus fotos. De lo contrario, se extendería como la pólvora y todo el mundo lo sabría. Me moriría de la vergüenza y sería un año demasiado largo e importante como para desperdiciarlo en mi casa, escondido de las potenciales burlas de mis compañeros. Sin embargo, la rutina se presentó intacta, sin novedades ni polémicas. No había indicios de que ese temor mío se hiciera realidad. Cuando por fin vi aparecer a David por la puerta, me dio vergüenza mirarle a los ojos y bajé la cabeza, cohibido por la terrible revelación, como si hubiera cometido el crimen más abyecto que la humanidad jamás hubiera presenciado. La mañana prosiguió sin más hasta que llegó la hora del descanso.

Aprovechando la interrupción acudí al baño para aliviar mi vejiga. Mientras me lavaba las manos, otra persona entró en el cuarto y podéis imaginar quién era: David. La ley de Murphy atacando de nuevo y forzando un nuevo encuentro a solas, innecesario e incómodo. Y, para variar, no fue casual. Según accedió, me buscó con la mirada.

-Oye-dijo-. Quiero hablar contigo.

Por instinto intenté esconder la cabeza entre los hombros, como una tortuga que se refugia en su caparazón. Pero no había dónde esconderse en ese espacio tan limitado. Con un suspiro, me giré hacia él.

-¿Qué quieres?

-He notado que estás muy raro. ¿Te pasa algo? ¿Es por lo de ayer?

Aparté la mirada de forma reveladora. No dije nada.

-Es por lo de las fotos, ¿verdad?-insistió.

Asentí con la cabeza.

-No te preocupes, no se lo he dicho a nadie. Y no lo voy a hacer.

Respiré aliviado. Las palabras se las lleva el viento, pero su honestidad me daba confianza.

-No te molesta que un chico se sienta atraído por ti, ...