Amor de madre - Relatos Eróticos

Amor de madre

... único que aquella soberbia hembra parecía sentir por su empleado era desprecio. De hecho, la tal señora Earhart miraba hacia delante como si no hubiera nadie más en aquel vehículo.

De pronto, la mujer se quitó las gafas revelando unos ojos grandes y oscuros que había mantenido ocultos hasta aquel momento, y lo hizo como subrayando la trascendencia de lo que estaba apunto de decir. El muchacho notó su examen y se obligó a sostenerle la mirada nuevamente, aquella mujer le estaba evaluando, y quería obtener buena nota.

La señora Earhart le explicó que hacía unos días que Cuca, la madre del mejor amigo de su hijo, le había dicho que David estaba sufriendo todo tipo de vejaciones por parte de otro alumno del instituto. Al parecer, lo que había empezado como una broma se había convertido en un abominable acoso, y todo sin que ni ella ni su esposo hubieran notado nada raro. Mery mantenía un gesto inocuo mientras relataba las penalidades que había sufrido su hijo, pero bajo aquella gélida máscara podía sentirse la indignación con el centro educativo, el reproche hacia un esposo ausente y, sobretodo, el odio por aquel tal Ramón.

— Quiero que le des un buen susto a ese niñato… —dijo la mujer en tono autoritario— Y que no vuelva a molestar a mi hijo.

Alberto sacó del bolsillo trasero de sus jeans un paquete de tabaco y extrajo un cigarro, que alisó con los dedos al tiempo que dejaba pasar los segundos. Llevaba casi dos meses intentando reducir la dosis de nicotina que acumulaba en sus pulmones, y había logrado pasar de consumir un paquete diario a sólo uno o dos porros al día. Todo un logro, teniendo en cuenta que aquel vicio le había acompañado de forma ininterrumpida desde los catorce años.

— No —dijo al fin— No serviría de nada

— ¿Cómo? —replicó la señora Earhart, frunciendo el ceño con disgusto, incapaz de entender a que venía aquella evasiva.

— Verá, el problema no es ese cretino que se aprovecha de su hijito, sino usted.

Mery abrió aún más los ojos, sorprendida de que un aspirante a delincuente pretendiera darle lecciones de nada.

— El mundo está lleno de malnacidos como él —prosiguió Alberto con la mirada perdida en las calles que iban recorriendo— Lo que necesita su hijo no es que le defiendan, sino que le enseñen a hacerse respetar, algo que no han hecho ni usted ni su esposo. Se ve a la legua que usted es demasiado arrogante y autoritaria. Usted le ha enseñado a su hijo a obedecer sin rechistar, a ser tan dócil como éste —dijo el mulato en referencia al chófer— y, por lo bien que les va, supongo que su esposo debe tener cosas mucho más importantes que cuidar de su hijo.

— Estás insinuando que nosotros tenemos la culpa.

— No, no, señora, me ha entendido mal —replicó el charnego— La culpa es de esa rata que se ha colado en el seminario donde estudia su hijo. Lo que quiero decir es que su forma de ser, y la de su esposo, no van a ayudar a su chico a librarse de ese cretino por sí mismo.

Mery no supo qué le había ...