Cosas del embarazo - Relatos Eróticos

Cosas del embarazo

... levantarla del sofá, pero Eva no le agarró la mano que le tendía. Siguió en silencio y Pablo retomó la palabra— ¡Qué terca eres!

—Será el embarazo… —usó el tono más sarcástico que pudo mientras su marido iba al cuarto.

—Será… —replicó en un tono bajo para que la escuchara con dificultad.

—Veremos cuando recupere mi figura. —el tono de amenaza era claro— Igual eres tú el que ya no me pone a mí. ¡Imbécil!

La conversación se zanjó con aquello y a los pocos minutos, mientras la luz de su cuarto todavía estaba encendida, Eva se volvió a dormir. Lo mejor que tenía el embarazo era eso, sin ningún esfuerzo, comenzaba a soñar.

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Tardó en llegar en lunes, con caras agrias por parte de los dos que no llenaban los silencios. El enfado duró demasiado y aunque la mujer hubiera seguido molesta por mucho tiempo… y en el futuro se lo recordaría… tocaba volver a la normalidad.

Aquella gélida mañana se despidieron con un casto beso, justo cuando el hombre se iba y ella se acababa de vestir a duras penas. La despedida fue con un simple, hasta luego, pásalo bien, algo seco, pero mejor eso que nada.

A la mujer la apetecía andar, no a modo de ejercicio, sino dar un paseo y que tanto las piernas como la sangre se movieran, había estado demasiado tiempo en posición horizontal todo el fin de semana. Pretendía que aquel hábito se convirtiera en una costumbre, ahora que estaba de baja, podría salir a la misma hora que Pablo o, al menos, a esas horas… y andar un poco por el pueblo para despejarse. De esa forma, esperaba que su ardor sexual descendiera.

Se temía que acabaría destrozada a las primeras de cambio y los tobillos la comenzarían a doler según bajara al centro del pueblo. Pero… ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Quedarse en casa y comer regalices? Mejor comerlos mientras caminaba.

Eva se entretuvo retocándose las pestañas, aunque cuando se vio en el espejo frunció el ceño, ¿para qué maquillarse si iba a pasear? Era la costumbre. Dejó todo tal como estaba, si su cuerpo se lo permitía haría alguna tarea de casa al regresar, aunque lo dudaba, pasar la escoba ya era un suplicio.

Miró su reloj, eran las nueve de la mañana cuando abrió la puerta, había pasado media hora entre una cosa y otra desde que Pablo se marchó al trabajo. Salió al rellano, cerrando la puerta con las llaves y saltando en su alfombrilla cuando escuchó el sonido de la casa contigua al abrirse.

—Lo siento, Eva —la boca de Fran se movió debajo del espeso bigote.

—No, no, mi culpa. Estoy muy alterable… —se miró la tripa y el redondo vecino lo entendió. Fran todavía tenía más tripa que ella, aunque Eva sabía que pronto le alcanzaría.

—¿A trabajar? —Eva vio como a la espalda del hombre salía su hijo, que según la vio agachó la vista.

—No, ya estoy de baja. —pulsó el botón del ascensor y los tres esperaron juntos.

—Mejor, deberíais poder optar a la baja según se conoce que tenéis un bebe dentro, no hay nada más importante en el mundo que una mujer embarazada. ...