Cosas del embarazo - Relatos Eróticos

Cosas del embarazo

... Eva en el ascensor, que yo puedo ir solita al médico.

Por un instante, en medio del portal, nadie dijo nada. El chico se quedó mirando a su madre, como si aquella propuesta fuera la más extraña de la tierra y no la comprendiera. En cambio, Eva abrió los ojos, viniéndole a la mente el viaje con Fran en el ascensor y como aquellos instintos primarios habían aflorado en su cuerpo.

—Si ella quiere… —el joven habló como si nada de aquello le importase.

—Sí.

Tanto Raquel como Jon miraron a Eva, pensando al momento, si lo habría dicho con demasiada efusividad. Pasó una mano a su frente, simulando un proceso febril que la hubiera hecho decir una locura.

—Venga, acompáñala —le ordenó a su hijo mientras se colocaba correctamente el bolso.

Eva la sonrió, sin ni siquiera mirar a Jon, que ya se acercaba a ella por uno de sus costados. Se puso a escasos centímetros, sintiendo su presencia tan cerca que el vello del brazo comenzó a erizársele.

—Marcho, cariño. —le dedicó la mejor de sus sonrisas— Luego te toco el timbre para ver si estás mejor.

—No es necesario, Raquel, ya lo sabes. En unos minutos estoy como nueva —la respondió añadiendo un gesto de mano, como si no fuera nada. Eva tenía claro que su vecina la visitaría— ¡Qué sol eres!

Ambos vieron como la mujer salía sonriente del portal, moviendo sus anchas caderas a la par que se mecía su cabello rubio de peluquería de un lado a otro. La puerta se cerró de un golpe metálico y entonces, Eva se dio cuenta de que estaban solos.

Trató de pulsar el interruptor del ascensor, a la vez que opacaba su mente para que no comenzase a manar imágenes sexuales con aquel chico como protagonista. Fue imposible, cuando la puerta gris del elevador se abrió de nuevo, ella cabalgaba a Jon con un ritmo salvaje.

—Gracias por acompañarme y, lo siento si tenías que hacer algo. —el joven pasó a su lado, colocándose en el extremo opuesto de la caja que les subiría por los pisos. El sitio era demasiado pequeño para alejarse— Eres muy amable.

—No es nada.

El comentario fue seco, cargado de una timidez que no pegaba con su robustez. No era mucho más alto que ella, quizá la palma de una mano les separaba, sin embargo, era el doble de ancho, al menos, de hombros.

Pasaron el primer piso y Eva no dejó de mirarlo ni un momento. Apoyó ambas manos en la pequeña barra que había a su espalda y apretó sus piernas para sujetar ese demonio que vivía dentro de su vagina.

Jon seguía con la cabeza agachada, buscando algo en el suelo que jamás encontraría. Eva quería que la contemplase, que levantase esos ojos marrones y observase su cuerpo de la misma manera que hizo cuando creyó que no le estaba viendo. El segundo piso quedó abajo y la mujer estaba temblando.

—Eres muy bueno, Jon. —su voz sonó melosa, incluso demasiado cuando la escuchó a través de sus oídos. Quiso encaminar por otro lado la conversación, porque le dio cierta vergüenza— ¿Estudias o estás trabajando?

—Estoy haciendo un módulo a ...