Cosas del embarazo - Relatos Eróticos

Cosas del embarazo

... ciertos líquidos debido a la bizarra situación.

—Una cosa es que piense en follar todo el rato, pero con Fran… ¡No! —casi lo gritó queriendo convencerse de que aquello era una locura.

La figura del hombre, que se asemejaba a un agricultor de campo curtido en infinitas tardes al sol, no la atraía nada. Sin embargo, allí estaba, con un calentón que se incrementaba y tratando de sacar esa sensación que la invadía.

—Por una vez… —no lograba convencerse— Es solo en mi cabeza… Nadie lo sabrá…

Su mente dejó por un momento al orondo vecino, tomando la atención en su joven hijo y como, con todo su descaro, la había mirado el culo sin contemplaciones. La cadera se le movió al ver esa imagen en su cerebro. Un retazo de placer la recorrió la baja espalda hasta darla un cachete en ambas nalgas y levantarlas.

—Necesito follar… —el calor la estaba llenado y se tuvo que morderse el labio para paliarlo— ¡Lo necesito, ya!

Accionó el botón, sumida en un ansia que se imaginaba que sería igual que el del drogadicto que necesita su chute. Su dosis era el sonido zumbante de su juguete, ese mismo aparato que últimamente le daba más amor que su marido. En ese momento, recordó a Pablo, aunque mejor dicho su horario, hasta la tarde no llegaría, tenía tiempo de sobra.

—¡Esto es lo mejor! —alzó la voz Eva cuando la primera succión encontró el clítoris.

Su cuello se movió hacia atrás, dejando reposar la cabeza en el sofá al tiempo que su sexo temblaba locamente. Abrió las piernas, subiendo los pies a los cojines y retrocediendo ligeramente sus nalgas. No podía estar más cómoda, era imposible.

Una sonrisa burlona mezclada con felicidad se dibujaba en la negrura de la pantalla, Eva lo vio y comenzó a reírse al tiempo que varios jadeos la acompañaban.

—Un poquito más —dijo elevando un nivel del aparato—. Así, mi pequeño amigo. Si me dieras un poco más de placer te cambiaría por mi marido.

Volvió a reírse, esta vez con más ganas, a la par que en su mente aparecía la imagen que la descontroló tanto. No entendía el por qué. Sí, seguramente debido a su cachondez perpetua, pero eso no podía ser suficiente para imaginarse a Fran poseyéndola.

La imagen de Jon volvió a aparecer con claridad en su mente, “si fuera él…” meditó cuando abrió la boca ahogando un grito.

—Y si… —nunca creyó que diría algo como eso— ellos… —subió otro punto su succionador y jadeó con los ojos cerrados— ¿Si ellos dos me follasen?

Eva estaba tan cachonda que no se lo podía creer. Su abultada vagina se le contraía mandando punzadas de placer a un cuerpo dolorido por el embarazo. Seguramente, se arrepentiría de esos pensamientos al correrse, sin embargo, por el momento, qué bien le sentaban.

—¿Por qué no? Solo en mi cabeza… ¡Jesús, qué rico es esto! ¡Lo necesitaba! ¡Lo necesito cada hora…!

El placer estaba siendo enorme y sumado a lo que se provocó ella misma en el ascensor, estaba a punto de explotar. Por lo que se dio el gusto, retomando esas imágenes del todo ...