Final de suprema sumisión - Relatos Eróticos

Final de suprema sumisión

... clientes, no por su propia satisfacción.

Nada más empezar el lance, Roberto notó que la cosa no funcionaba como de costumbre. Su corazón latía con fuerza, pero su polla no le acompañaba en la medida adecuada. A pesar de que la chica se esmeraba en chupar aquella verga poco colaboradora e incluso se la había enterrado entre sus abultados senos, Roberto se alteraba mucho pero se empalmaba poco. Al fin, pidió a la chica que parara e intentó tranquilizarse. Su corazón latía muy rápido y no recuperaba el ritmo a pesar de que la ella se había puesto de nuevo el albornoz, sentándose al lado de su atribulado cliente. Roberto reparó en unas marcas en el brazo de la rubia muchacha y, un poco para distraerse, le preguntó su origen. La chica sonrió sin ganas y le contestó que si le estaba tomando el pelo. Roberto se mostró sorprendido. La muchacha le preguntó entonces si no había oído hablar de una sustancia llamada morfina. De pronto, al hacendado se le abrieron los ojos. Todas aquellas chicas eran morfinómanas. Con la polla tiesa no había caído en la cuenta. Toda su sangre se concentraba en su sexo y huía de su cerebro por lo visto. Quiso saber cómo se había aficionado y Shirley, que así se llamaba la niña, le confesó que nunca había probado la droga, que fue la señora Susan la que se la ofreció cuando llevaba una semana trabajando de camarera. Luego una cosa llevó a la otra y hacía ya seis meses que se dedicaba a hacer de puta, a cambio sólo de sus dosis, la cama y la comida. Roberto quiso saber si se quedaría mucho por allí y la pobre le miró con muy mala cara. Era evidente que eso no iba a depender de ella.

Roberto ya se había tranquilizado y la revelación le había abierto un poco los ojos. Ya había notado cosas, cosas poco legales en aquel balneario, pero ver el mundo empalmado permanentemente, distorsiona un poco el juicio moral de los hombres (No penséis que lo digo yo por experiencia)

despidió a la escort y decidió recuperar su ropa. Entonces escuchó el primer disparo.

Ricardo había estado ocupado recibiendo una buena azotaina, que se había acompañado en los últimos minutos de una molesta sodomización realizada con un bastón alargado que las señoras que lo martirizaban habían descrito como un base-ball bate con el que se practicaba una especie de deporte conocido también como New York Game, ya que eran los neoyorquinos los que habían popularizado sus reglas en todo el país. Por suerte, las damas utilizaban el mango y no el extremo superior para estimular el ano de su esclavo. Eran unas damas de mediana edad que practicaban el amor lésbico y disfrutaban de hacer participar a un varón sumiso en sus encuentros. Azotando y humillando a su víctima se resarcían de las desconsideraciones de la conservadora sociedad norteamericana hacia las mujeres, Pensad que sólo faltaban tres años para que votaran los hombres negros, mientras que las mujeres, de cualquier tonalidad de piel, tardarían más de cincuenta años en poder hacerlo.

Estas señoras no ...