Alicia en el país de las maravillas - Relatos Eróticos

Alicia en el país de las maravillas

... ahora tenemos varios proyectos similares a éstos —lamenta la señora, extendiendo los brazos— De todos modos, déjenmelos y lo meditaré unos días.

Jorge se levanta y yo lo sigo.

— Gracias, directora, estaremos en contacto.

— Sí. Por supuesto —sonríe pícaramente— Estaremos en contacto.

Esa última palabra sale de sus labios de forma descaradamente insinuante, casi seductora. Mentalmente, me digo que deberé venir solo a mi próxima reunión con la directora. Solo, y pletórico de energía.

Nos acompaña hasta la puerta y nos despide con una sonrisa, ahora sí, de cortesía. No está ninguna de las dos secretarias, de modo que nos encaminamos hacia los ascensores. Pasamos por delante de la sala de espera y veo a un grupo de personas. Jorge se pone tenso. Un hombre se vuelve hacia nosotros y lo reconoce. El tipo se levanta y le sonríe de manera un tanto excesiva.

— ¡Jorge, pero qué sorpresa! ¿Cómo estás?

— Bien, gracias, ¿y tú?

— ¡Muy bien! Me alegro de verte. No sabes la de veces que he querido llamarte —le tiende la mano y se la estrecha con energía.

Es bajo, rechoncho, con el pelo enmarañado, barba espesa y gafas redondas. Va vestido de una manera extravagante, lleva vaqueros, camisa blanca y una americana deslustrada que demuestra lo tacaño que debe ser. Además, finge muy mal.

— Te presento a mi nueva ayudante, Antonia.

Jorge estrecha la mano a una mujer menuda, rubia, con algún retoque, tal vez la nariz, y sin duda las dos salchichas que tiene por labios. Mi socio esboza apenas una sonrisa, pero está claro que tampoco se alegra de verlo.

— Y él es mi asesor editorial, Tomás Salcedo —señala a un hombre alto, robusto, con poco pelo y casi sin cuello. Digamos que en cuanto a estética, el trío deja bastante que desear.

— Encantado.

Jorge también le estrecha la mano.

— Os presento a mi jefe, Alberto García.

— Ah, sí, claro. Encantado, Genaro Muñoz. Hemos oído hablar mucho de ti.

Sonrío, pero tampoco esta vez tengo nada que decir. Debería prepararme algo en vista de que esto parece la tónica general y no acabo de encontrar ningún comentario adecuado. Por suerte, Jorge me saca del apuro.

— Bueno, debéis perdonarnos, pero tenemos otra reunión en AstraTV.

— Sí, claro —sonríe Castigo, suspicaz.

Jorge me precede y nos dirigimos a los ascensores. Justo en ese momento, la puerta de la directora se abre y sale Rosario Castillo.

— ¡Genaro! ¡Que alegría! Pasa, pasa…

Los oímos entrar en el despacho de la directora sin dejar de lanzarse halagos y felicitaciones. En tanto que la puerta del ascensor se cierra, Jorge pulsa el botón de la planta baja. Sospecho que nuestra entrada en Tele3 también se cierra, aunque con lo astuta que debe esa mujer, nunca se sabe.

— ¿Quiénes eran esos? —pregunto sin más.

— Él era el jefe de la empresa en la que trabajaba antes.

— Ah, claro, me habías hablado de él —recuerdo, frunciendo los labios— Castigo no los ha hecho esperar.

— Son muy amigos.

— ¿Qué quieres ...