Alicia en el país de las maravillas - Relatos Eróticos

Alicia en el país de las maravillas

... tú eres un vendaval, amigo”.

Entramos por la gran puerta de Tele3 y nos dirigimos hacia la puerta para que nos den el pase. Una de las recepcionistas se inclina hacia nosotros.

— Buenos días, nos espera la señora Castillo, la directora —señala Jorge al tiempo que sonríe, y yo sé que está pensando en “Castigo”, el mote que le hemos puesto a doña Rosario.

La administrativa consulta con rapidez el ordenador. Se llama Susana, lo leo en su placa. Habla con alguien por teléfono, le contesta un escueto “Gracias” y vuelve a dejar el auricular en su sitio.

Jorge saca su documento de identidad, pero Susana le sonríe.

— Jorge Ruiz y Alberto García, ya los he registrado —e inmediatamente después, nos entrega dos pases con una última indicación— Sexta planta.

— Gracias.

Nos dirigimos hacia las grandes puertas de cristal, pasamos cada uno nuestra tarjeta y llegamos a los ascensores. En nuestra planta hay ya una chica esperándonos, muy joven y sonriente.

— Hola. ¿Jorge y Alberto?

— Sí.

— Síganme, por favor.

Empezamos a caminar por el largo pasillo. Al llegar a la mitad, la chica se vuelve hacia mi socio.

— Me llamo Simona, quería darle las gracias por el regalo que nos envió. ¿Cómo lo adivinó? Cuando lo abrí me quedé sin palabras. Muchas gracias, de verdad.

— No hay de qué —disimula Jorge a la perfección.

Simona se para delante de la puerta de una sala y nos invita a pasar y tomar asiento.

— ¿Quieren café, agua…?

La chica se dirige a Jorge.

— Un café, gracias, y un poco de agua —contesta.

— ¿Y usted?

— Té con leche, gracias.

Mi socio recibe una última sonrisa de gratitud por ese regalo que escogió Cristina, mi secretaria personal.

En cuanto Simona sale de la sala, Jorge se vuelve hacia mí.

— Perdona, ¿me lo puedes explicar?

— Has quedado genial.

— Ya veo, pero no tengo ni la menor idea de por qué.

— A ella le entusiasma, Cristina Campos , y a su compañera, Gómez-Jurado. Y tú, un caballero especialmente atento, has regalado el libro adecuado a cada una de ellas.

— Sí, está bien, pero me ha parecido un poco demasiado contenta, ¿no?

— Ni idea —digo encogiéndome de hombros— ¡Será por la dedicatoria de Cristina!

— Pero… ¿Lo dices en serio? ¿Conseguí su autógrafo? Pues sí que soy guay… Entonces es normal que esa chiquilla esté entusiasmada conmigo. Pero ¿cómo lo hice?

Le sonrío y, en lugar de contarle que la otra Cristina, mi asistenta, falsificó ambas dedicatorias, comento:

— Tienes que ser un tipo impecable, fascinante, deseado... Eres el subdirector de mi empresa. Sólo te pido una cosa: en vista de que Simona es muy guapa y tú estás casado, deberías evitar dejarla embarazada…

Nos echamos a reír. Me alegro de haber sido yo quien le sorprendiese en esta ocasión. Jorge está a punto de contestar cuando, justo en ese momento, entra de nuevo Simona acompañada de otra chica.

— Aquí está el café… —y deja la bandeja sobre la mesa— Ella es mi compañera, tenía muchas ganas de ...