1. Orgasmos Turbios [6]


    Fecha: 23/03/2019, Categorías: Infidelidad Autor: CVelarde, Fuente: TodoRelatos

    ... ardían. Seguía mareado.
    
    —¿Cómo se siente, señor Fernández? —preguntó una voz madura que identifiqué como la de la tal Eloína.
    
    Esa voz era muy grave, como la de un hombre que trata de hablar como mujer, y me parecía demasiado cancina. Prefería la otra voz, la más dulce y cantarina, la de Esmeralda.
    
    Hice acopio de voluntad para pasar esa saliva seca y amarga. Necesitaba aclarar mi voz. Entonces, cuando lo creí conveniente levanté un poco la cabeza y pregunté:
    
    —¿Cómo es eso de que estuve en coma y estoy en mi cuarto? —La resequedad de mi voz produjo que el color se asemejara al de la tal Eloína—. Vaya putas bromitas se gastan.
    
    La mujer estaba haciendo unas anotaciones en un papel mientras intercalaba la mirada en una bolsa de plástico que colgaba de la cama, y cuya manguerita se conectaba a mi brazo.
    
    —¿Por qué no me puedo mover? —quise saber—. ¿Hay alguna forma de que esta cama me levante un poco? Me estoy ahogando.
    
    A la primera pregunta la tal Eloína no me respondió. A la segunda tampoco pero al menos activó un mecanismo para que la parte superior de la cama se elevara y así pudiera mirar mejor todo mi entorno.
    
    Mi vista se había vuelto más nítida. Vi a una mujer sesentona a mi lado, manipulando la bolsa de suero que se adhería a mi brazo derecho. Eloína era una mujer choncha, morena, y con una expresión en la cara de que no la habían cogido en años.
    
    Por lo menos pude constatar que sí tenía mis piernas y mis pies en su lugar, aunque todavía no me podía explicar el motivo por el que no podía moverlos.
    
    —¿Qué me ha pasado? —pregunté con la misma resequedad en mi voz—, ¿y dónde está mi mujer?
    
    Eso. ¿Dónde estaba Thelma?
    
    —Ha pasado tiempo desde que usted ha estado en cama, señor Fernández, muy enfermito, pero ya se está recuperando —respondió Eloína tomándome el pulso.
    
    Su intento de sonar bondadosa tuvo el efecto contrario. Parecía la enfermera diabólica de una película de terror. Sus cejas enarcadas le ofrecían a su mirada una sensación de frivolidad.
    
    Además yo siempre tuve el don de percibir las energías de las personas, y esa mujer desbordaba todo, menos algo positivo. Ella era toda negatividad. La tal Eloína no era sincera. ¿A dónde se había ido la chica de la voz dulce, la tal Esmeralda?
    
    —Eso no responde lo que le pregunté —inquirí.
    
    Apenas si pude sentir su tacto mientras manipulaba mi brazo. Todo el cuerpo me hormigueaba. Me sentía entumido por completo.
    
    —Deje de moverse, señor Fernández, o se le saldrá la sonda otra vez —me reprendió elevándome la voz.
    
    —¿Sonda? ¿Yo tengo puesta una sonda? ¿Estoy cagando y meando por una sonda?
    
    El horror surgió en mi pecho y me llenó de vergüenza. Tuve esa clase de adrenalina y ansiedad que hace que el corazón lata más fuerte.
    
    —Muy bien, señor Fernández, quédese quietecito —me pidió con un todo de voz que más bien pareció una amenaza.
    
    —En primera; deje de llamarme «señor Fernández» como si estuviéramos en una puta telenovela —me quejé—, mejor dígame ...
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