1. Orgasmos Turbios [6]


    Fecha: 23/03/2019, Categorías: Infidelidad Autor: CVelarde, Fuente: TodoRelatos

    Abrir los ojos no es liberarte.
    
    Abrir los ojos a la vida es volverte a encerrar en un mundo donde la existencia es dura, repleta de crueldad y gente cabrona; donde siempre sufres. Donde todo el puto mundo es una mierda que lo único que quiere es estar con sus pies sobre tu cabeza.
    
    Abrir los ojos al mundo, de nuevo, es peor que entregarte a la muerte. Peor que enfrentarte al tiempo y a la traición.
    
    Porque vivir es seguir luchando por reencontrarte contigo mismo… y aceptarte o destruirte.
    
    Cuando abrí los ojos me encontré desorientado, y no pude ver nada salvo un rayo de luz muy intenso que me encandiló. La sensibilidad de mis ojos era de cuidado. Apenas era consciente de que esa luz violenta sólo era en realidad un destello del sol. Aun así fui presa de mareos terribles y un punzante dolor en la cabeza que me provocaron ganas de vomitar.
    
    El primer nombre que me vino a la mente cuando cobré el sentido fue el de Marcel, mi hijo, luego el de Thelma y después el de Daniel. En ese orden.
    
    Traté de moverme, pero todo fue en vano. Era como si estuviera metido en una losa de cemento que me oprimía el cuerpo entero. Me costaba respirar. Me costaba incorporarme. Tenía el pecho muy apretado. Me costaba incluso abocanar aire por la boca. Y el brillo de la luz me siguió encandilando por un buen rato, como si un montón de ajugas ardientes estuviesen clavándose en mis globos oculares.
    
    —Mierda… —susurré con una voz que no pude reconocer. Me costaba hablar lo mismo que me costaba abrir los ojos por completo.
    
    Traté de mover los dedos, primero reconociendo el sitio donde se supone que los tenía. Pero no tuve éxito. No podía reconocer mis sentidos, mis propias extremidades. No podía reconocerme a mí mismo.
    
    Y miré al techo y contemplé una lámpara que no recordaba de nada. La bóveda tenía un color entre claro y oscuro, más bien beige. Y luego los aromas, esos putos aromas; alcohol, remedios, medicina…
    
    —Mierda —empujé otro susurro agrio.
    
    —¡Dios santo! —escuché una voz joven y femenina muy pero muy lejos de mí, como si proviniera de un pozo muy hondo con eco—. ¡Enfermera Eloína, enfermera Eloína, el señor Fernández está profiriendo sonidos, y abrió los ojos… como antes, sí, pero ahora hace ruidos, y sus dedos se mueven! ¡Venga pronto, enfermera Eloína!
    
    Ruidos. Pisadas. Cosas que se mueven. Una desesperación terrible al no poder moverme. Una opresión en mi pecho al pretender respirar. Mis ojos sensibles. Mis labios resecos. Mi saliva amarga. Un dolor en mi antebrazo.
    
    —¿Estás segura de que el señor Fernández se movió, Esmeralda, Esmeralda? —dijo una voz mucho más madura que la primera, que entraba a la habitación donde supuse estaba yo—. Notifica pronto al doctor Enríquez, y de paso informa de inmediato a los señores. Avísales que José Luis Fernández recobró el conocimiento.
    
    «¿Avísales a los señores?» «¿A cuáles señores?» «¿Avísales que José Luis Fernández recobró el conocimiento?»
    
    —¿Eso significa… que… el señor ya no está en ...
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