1. Madre e hija, de tal astilla, tal palo


    Fecha: 24/07/2019, Categorías: Incesto Autor: Schuko, Fuente: TodoRelatos

    ... soltó una sonora carcajada, antes de proseguir:
    
    —¡Joder, vaya cara que has puesto, tío! De todas formas, me suele pasar con los tíos.
    
    Para redondear la jugada, la tranca, que, como le pasa a la mayoría de los tíos, tenía vida propia, había salido de los faldones de la bata para ver mundo, deshaciendo la tienda de campaña.
    
    —Vaya, parece que tu hermanito pequeño se alegra de verme. ¡Anda capullo, ven aquí! —Eugenia dio un par de palmadas al sillón del sofá junto a ella y yo, que ya había tirado la bata al suelo, me dirigí a hacerle compañía con la polla por delante.
    
    Decir que la chupaba de puta madre, sería quedarse corto, aunque, como pude comprobar posteriormente, su madre, tras el consabido adiestramiento, también se comportó como una más que digna mamadora. Pero nada había comparable a las mamadas de Eugenia. Podía comerse un rabo como si fuera un helado o tragarse la tranca hasta la campanilla, sin rechistar y sin solución de continuidad en los vaivenes de la cabeza.
    
    Además, aquella coleta me venía cojonudamente para sujetarla y controlarla adecuadamente. La cabrona sabía usar la boca a base de bien y tuve que reprimirme mucho para no soltar el lechazo allí mismo. De modo que, como táctica dilatoria antes de acabar demasiado pronto, le pegué un buen tirón de la coleta y, tras arrancarle la polla de la garganta (lo que me costó bastante porque la cerdita parecía que tenía una ventosa por boca) levanté las piernas y la puse a repelarme el ojete. «A ver qué tal se le da esto a la guarrilla», me dije. La respuesta no tardó ni cinco segundos en concretarse: se le daba divinamente. Su lengua parecía una culebrilla, húmeda, deseosa de satisfacerme. Bajaba de los cojones al agujerito del culo, recreándose en el disfrute del varón, en este caso yo mismo, con una generosidad digna de una auténtica campeona.
    
    Cuando me cansé de tenerla allí babeando, decidí que había llegado el momento de ponerla mirando a Poniente. Así que, con la polla recuperada separé su carita de mi ojete. Tenía los labios hinchados y la lengua seca, pero, como la campeona que era, se limitó a pedirme agua para hidratarse y, tras desnudarse, obedeciendo mis indicaciones, se colocó a cuatro patas sobre el sofá, abriendo bien las nalgas para mostrarme su culete. Y ¡oh sorpresa!: tenía puesto un plug de esos con diamantito, que me encargue de quitarle con delicadeza. Tras olerlo y probar su sabor saladito se lo puse en la boca, mientras enfilaba mi capullo hacia el ojete. La cerdita se había lubricado antes de venir. ¡No sabía nada la cabrona! La polla entró como Pedro por su casa. Se nota que era un culo que había tenido bastantes visitantes, pero eso no era óbice para que la gran profesionalidad, como porculera, de la joven hiciera que mi polla se sintiera cálidamente acogida en aquel agujerito trasero tan hogareño y entrañable.
    
    Ahora sí que no aguanté más. Me bastaron seis o siete emboladas para dejar en el culo de la cerda una dosis más que respetable de leche ...
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