1. Madre e hija, de tal astilla, tal palo


    Fecha: 24/07/2019, Categorías: Incesto Autor: Schuko, Fuente: TodoRelatos

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    Siempre había pensado que difícilmente iba a encontrar a alguien más retorcido que yo. Pero la vida te da sorpresas y cuando menos te lo esperas salta la liebre. Lo que me sorprendió es que la horma de mi zapato fuese Eugenia, una jovencita de apenas veintidós años. Aunque, bien mirado, con aquella pinta ya prometía maneras… Pero mejor vayamos al principio, como en los cuentos clásicos.
    
    Hacía un par de semanas que había fallecido mi tío Torcuato, un solterón, bastante meapilas. Yo era su único sobrino, hijo de su hermano y, por aquellas cosas extrañas que tiene la vida, le caía lo suficientemente bien como para hacerme heredero de una parte de sus bienes. El resto, un piso en el centro y el dinero del banco (bastante pasta, una cifra de seis dígitos, tengo entendido) los donó a la Iglesia. Pero, así y todo, todavía me hice con un buen pellizco. Me legó cuatro grandes pisos, situados también en el centro, que tenía alquilados y un local comercial, también arrendado, que funcionaba como restaurante de comidas para currantes en un polígono industrial. Con mucho éxito, todo sea dicho.
    
    Cuando me hice cargo de los bienes, descubrí, con bastante alegría, que con la pasta que ingresaba de los alquileres podía vivir divinamente. Era suficiente para pagar un pequeño apartamento y vivir con holgura; tengo treinta años, estoy soltero y mis obligaciones se limitan a mí mismo. Las rentas daban dinero de sobra para llevar un tren de vida la mar de decente e incluso costearme algunos vicios. No bebo (en exceso), no fumo y no me gustan los lujos o los coches caros, pero las tías son mi perdición: sobre todo putas oamigas especiales, como les gusta decir a algunos. Así que dejé un empleo como Asesor Financiero en mi ciudad, me despedí de mi familia y me trasladé a la urbe de mi difunto y amado tío.
    
    Una vez instalado, revisé las cuentas y, dado que los inquilinos eran gente bastante cumplidora y, en apariencia, poco problemática, decidí mantener las condiciones que tenían apalabradas con el viejo. Pero hice una excepción. Tras visitar un día el local alquilado en el que estaba el restauranteLos Amigos, que tanta fama y reseñas de Google tenía, me di cuenta de que la gente salía por la puerta y hacía cola en la calle para conseguir mesa, tanto que desistí de mi intención de entrar a ver el local. En horas puntas era misión imposible conseguir una reserva. Es cierto que el restaurante no era muy grande, pero, así y todo, deduje que los arrendatarios se debían estar forrando porque el precio que pagaban era irrisorio, comparado con lo que se estaba pagando por otros locales de la misma zona.
    
    De modo que, tras comprobar de primera mano el éxito del negocio, decidí apretar un poco las tuercas a los inquilinos. No es que me hiciera falta el dinero, simplemente me pareció divertido estrujarles un poco. Y eso que todavía no había pasado a conocerlos.
    
    Un día que estaba especialmente animado, llamé por teléfono y les comenté que, a partir de ahora, era ...
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