1. Carita de ángel (7)


    Fecha: 15/07/2019, Categorías: Incesto Autor: Gabriel B, Fuente: TodoRelatos

    ... ahora estoy acá. De nuevo desnuda. De nuevo sometida. Mateo masajea mis tetas mientras me penetra con furia.
    
    Me tomó por sorpresa. Como es martes, bajé la guardia. No pensé que me lo iba a encontrar. Salió al pasillo cuando llegué a mi piso.
    
    —Qué querés —le dije.
    
    Tampoco era un buen momento para mí. Porque hacía días que no había tenido relaciones, y andaba caliente. Susceptible a terminar bajo las embestidas de cualquier tipo.
    
    —Qué linda que estás —Fueron sus únicas palabras.
    
    Fui hacia mi puerta. Cuando vi que me siguió, decidí no meter la llave. No lo dejaría meterse en mi departamento. Era capaz de quedarse toda la noche cogiéndome. El pendejo, el más obsesivo de los duendes, igual se me vino al humo. Me empujó, y me puso contra la puerta. Llevaba una pollera. ¿Por qué carajos tenía que haberme puesto una pollera? Me bajó la bombacha. Escuché el sonido de la tela cuando se rasgó.
    
    —No, acá no —le dije.
    
    Podía gritar. Eso debía detenerlo. Pero, al igual que me había pasado en el colectivo, con el hombre de anteojos que me manoseó, preferí dejarme humillar por Mateo en lugar de humillarme al hacer un escándalo, y que todo el mundo se enterara de que había sido víctima de abuso sexual.
    
    Es una estupidez, lo sé. No intenten entender por qué una mujer se deja someter de esa manera. No intenten comprenderme. Mateo me penetró, ahí mismo, en la entrada de mi departamento, en esa puerta cerrada. Yo gemí, y automáticamente el abuso dejó de ser un abuso. Éramos un pendejo adolescente, con su uniforme de escuela, apareándose con su vecina, la misma vecina que deseaba desde que era pequeño. Mateo me penetró, y yo disfruté de su pija. Y pensé en mi sobrino Joaquín, y en estar con él.
    
    —Esperá, voy a abrir la puerta. Mejor hagámoslo adentro —le dije.
    
    Pero él seguía cogiéndome. Y mis gemidos podrían delatarme. Abrí la puerta, con dificultad, pues era difícil meter la llave en la cerradura mientras mi cuerpo se estremecía antes la cabalgada que me estaba pegando ese mocoso.
    
    Y nos metimos en el departamento, al fin. Y dejé que hiciera lo que quisiera. Dejé que me desnudara, y que me ordenara en qué posición tenía que ponerme.
    
    Por suerte ahora estoy sola. Mateo se acaba de ir. Sus padres llegarán pronto. Quedo en la cama, exhausta, pero satisfecha. Luego, más tarde, cuando el efímero placer quede en el pasado, me sentiré miserable.
    
    Necesito a Joaquín.
    
    Continuará 
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