La Doncella (IX): El Infierno - Relatos Eróticos

La Doncella (IX): El Infierno

... denunciaba… ¿Se ha enterado de que me estás cuidando?

Al enterarse montó en cólera. Escapó de la posada, se unió a unos buhoneros en la feria y se fue en su carro.

¿Qué? He oído que los buhoneros no son buena compañía para las jóvenes.

Parece que acamparon en el camino de bajada. Algo pasó, dormían dentro del carro cuando comenzó un incendio. Han encontrado tres cadáveres. Por algún motivo, llevaban a Isabel atada de pies y manos…

La hubieran vendido a mercaderes de esclavos…

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Han pasado tres días desde mi despertar. Sigo desnuda en la mazmorra sujeta sólo por un pie. Cuando Sancho baja con la comida, siempre intento insinuarme. No siempre tengo éxito. Hoy me folla locamente, mañana se siente culpable y me amenaza con los grilletes.

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De repente oigo pasos frenéticos descendiendo a saltos por la escalera. Es como una pequeña tormenta. Aparece Sancho bajando la escalera a saltos.

No dice nada, me libera el tobillo. Levanta de golpe la manta que me cubre. Me da una falda marrón y una camisa blanca. Eran parte de mis prendas, justo lo que llevaba puesto el día que llegué aquí, lo más sencillo y barato de mi “ajuar”.

¿Esto no lo robó Isabel?

Le pedí que dejara al menos ropa para un día.

¿Qué pasa?, ¿Por qué me sueltas?, ¿Ha venido un nuevo gobernador?, ¿Me vas a engrilletar ahora para ser juzgada?

Una gran fuerza sarracena se acerca a la torre. He encendido el fuego e izado la bandera roja. Pero no hay nada que hacer, lo mejor es huir. Olvida tu prisión, si sobrevives eres libre.

Subo con él a la planta baja, descalza. Me da un par de sandalias. También las conservó de entre mis cosas.

Quiero huir contigo.

Voy a coger las armas que pueda del almacén.

Te ayudo.

Salimos de la torre cargando cada uno una lanza, un escudo, una espada, una daga. Él se ha vestido de campesino.

Nos encontramos con un grupo de gente.. Siervos que han visto el ejército musulmán y huyen. Sancho les propone armarse ellos también. Salimos de la torre un grupo de unas veinte personas: hombres, mujeres, algún adolescente… Todos armados y con ropa campesina. Huímos por un sendero que conduce a un frondoso bosque.

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Escondidos en el bosque, aquella tarde vimos pasar como un ciclón al ejército norteafricano. Por la noche habían dominado todo el valle. Por la mañana temprano, antes del amanecer, Sancho atacó “su torre” con la ayuda de varios de nuestro nuevo grupo. Sólo había dos hombres guardándola. El ataque sirvió para recuperar los víveres que almacenaba en la torre y que no habíamos podido coger.

Así nació la compañía de los siervos. Así nos empezaron a llamar en todo el reino. Un puñado de luchadores que atacaba, obtenía un objetivo y escapaba. Llevamos casi seis meses de lucha desigual. Escondidos en bosques y montañas, ...