1. Entregué mi virginidad en el metro de madrid


    Fecha: 28/06/2019, Categorías: Hetero Autor: Sari19, Fuente: TodoRelatos

    Me llamo Sara y no os voy a engañar, soy, o más bien era, lo que normalmente se llama una gamba, un cuerpo espectacular con una cara muy poco agraciada, es decir, de mi se aprovechaba todo menos la cabeza.
    
    Es triste que me defina así, pero es la cruda realidad. Bueno, al menos lo ha sido hasta hace pocos meses.
    
    Desde pequeña mi aspecto físico me había marcado de forma negativa, tanto, que mis relaciones de amistad habían sido prácticamente nulas.
    
    Pero antes de seguir os voy a describir a grandes rasgos cómo era.
    
    Con 18 añitos medía 1,72 metros, por lo que mi altura era superior a la media, tenía un pecho bastante grande, ya que usaba sujetadores de la talla 95D, y mi pompis era de la talla 94 y muy respingón.
    
    Los hombres, como siempre se fijan primero en el cuerpo, siempre me miraban embobados. El problema llegaba cuando subían la vista y se encontraban con mi cara.
    
    Desde chiquita mi padres me habían repetido que la belleza se lleva en el interior, y no me habían dejado, o al menos no habían fomentado en mí, la idea de cuidarse, arreglarse ni preocuparse por la imagen, por lo que prácticamente mis cejas cruzaban mi frente de lado a lado. ¡Si! Era lo que vulgarmente se denomina uniceja.
    
    Eso, unido a mis gafas de culo de botella, había hecho que fuese una muchacha fea, introvertida y desconfiada.
    
    Mi pelo era, o mejor dicho es, moreno y rizado, y tengo una larga melena que me llega casi hasta la cintura, el problema era que siempre lo llevaba recogido en una coleta muy poco vistosa.
    
    En el colegio no tuve amigas que me invitasen a sus fiestas de cumpleaños, y por supuesto nunca disfrute de ese primer amor del que tanto hablaban mis compañeras.
    
    Muchas veces veía a los chicos esperándolas en la puerta del colegio para ir a un parque próximo, allí miraba con envidia como se besaban, acariciaban y hacían cosas que en mi familia hubiesen definido como pecaminosas.
    
    Al oír en los descansos como hablaban sin pudor de sus relaciones sexuales, me sentía incómoda y procuraba alejarme de ellas, pero con el paso del tiempo me acostumbré a escuchar sus experiencias, y en lugar de evitarlas, prestaba muchísima atención para memorizar cada detalle que relataban.
    
    Por las noches cerraba los ojos e imaginaba que era yo quien hacía lo que ellas habían contado, y cada vez que esto ocurría, mi cuerpo reaccionaba generando en mí un calor que no sabía explicar y que me incitaba a acariciarme como ellas describían que hacían sus novios.
    
    Yo sabía que eso estaba mal, porque mis padres así me lo habían dicho. La masturbación era pecado y las chicas decentes como yo no debían hacerlo bajo ningún concepto.
    
    Pero uno de esos días en los que una de mis compañeras contó con todo detalle como su chico le había acariciado bajo la braga, cerré los ojos y me dejé llevar pensado que era a mí a quien tocaba.
    
    Sin poder remediarlo metí la mano bajo el camisón y la puse sobre la braguita, acaricié mi vulva por encima de la tela y con ese simple ...
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