1. Carita de ángel (5)


    Fecha: 22/06/2019, Categorías: Incesto Autor: Gabriel B, Fuente: TodoRelatos

    Capítulo 5
    
    Mateo me miraba de una forma que yo ya conocía. La mirada del hombre que tomó una decisión irrevocable. El chico bajito y musculoso miraba alternativamente a su amigo y a mí, con temor y ansiedad al mismo tiempo. Cristian presenciaba todo con curiosidad.
    
    Había sido muy ingenua al no haberme asegurado de cerrar bien la puerta cuando Cristian se fue. Esto no estaba en mis planes. Sentí miedo. Además, ya me había desahogado con el lindo pelilargo. Si aún estuviese excitada me hubiera entregado a los tres pendejos, pero en ese momento no quería hacer nada.
    
    Me acurruqué en la cama. Puse las rodillas en el pecho, tiré de la pollera para que me cubriera, cerré las piernas y las rodeé con mis brazos. No había nada que pudiera hacer con tres chicos dominados por la lujuria. Veía la verga dura de Mateo formando un enorme bulto en su pantalón.
    
    —Ya les dije que no iba a estar con los tres —les dije, asustada.
    
    Me sentía indefensa. Los duendes se habían convertido en tres depredadores que me habían acorralado. No había a donde pudiera huir.
    
    —Ya fue Mateo, vamos —le dijo el chico musculoso del que aún no sabía el nombre.
    
    Sentí un efímero alivio al percatarme de que, al menos uno de ellos, conservaba la sensatez y la honestidad. Pero su comentario fue con muy poca vehemencia. Mateo ni pareció escucharlo. Se acercó y se sentó al borde de la cama. Lo miré a los ojos. Estaba algo alcoholizado y quizás también drogado. Parecía estar haciendo un esfuerzo enorme por reprimir el enojo y la frustración que le había generado el hecho de que uno de sus mejores amigos se cogiera a la mujer de sus sueños. Entendí que si no estuviera presente el chico musculoso ya me estaría violando. Pensé que quizás esta vez me había pasado de la raya. Lo había humillado frente a sus amigos. Pero ya era demasiado tarde para arrepentirme. Como dicen, el que juega con fuego termina quemado, y la que se acuesta con niños amanece mojada.
    
    —Te vamos a tratar bien —dijo Mateo, como si eso fuera suficiente para doblegar mi voluntad.
    
    Extendió la mano y me agarró de uno de mis tobillos. Tiró de él, hasta lograr que se extendiera casi por completo.
    
    —Pero yo no quiero hacer esto —dije.
    
    Pensé que el chico bajito y musculoso iba a salir de nuevo en mi defensa. Pero esta vez no dijo nada. Lo miré, mientras Mateo tironeaba de mi otro tobillo. Comprendí que acababa de perder mi única oportunidad de deshacerme de ellos. El chico estaba fascinado, viendo cómo su amigo ahora separaba mis piernas.
    
    —¿Ves? Le re cabe —le dijo Cristian a mi exdefensor, como si fuera un demonio susurrándole al oído.
    
    Pero de todas formas no era necesario que lo hiciera. El chico musculoso ya había caído no solo ante la lascivia, sino ante la perversión. Me iban a tomar, y no había nada que pudiera hacer. Los duendes libidinosos iban a someterme.
    
    Pensé en Joaquín. Le había dicho que quizás me los cogería. Él lo había tomado a broma. Me pregunté cómo se sentiría si lo supiera. Cómo ...
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