1. Una esposa latina


    Fecha: 01/06/2019, Categorías: Infidelidad Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos

    ... resbaladizo de su sexo, golpeando y aplastando su insolente clítoris hasta que la pobre comenzó a sacudir su pelvis en pos de un poco de placer.
    
    Finalmente, apoyé la punta de mi ariete a la entrada de su portón y le ordené que me mirase mientras me abría paso dentro de ella. De esa forma pude gozar del estupor de la venezolana, y ver a través de sus ojos la inmensa agitación que sentía por dentro.
    
    No obstante, a Diana le gustó que me detuviese para dejarla asimilar todo lo que tenía dentro del coño, pues se estremeció como si de repente hubiese sufrido un calambre, pero no, la jovial esposa de Alfonso se había venido con sólo metérsela.
    
    Sonreí a sabiendas de cuanto me iba a divertir con aquella entregada esposa latina. Comencé a bogar adelante y atrás, bombeando en esa lóbrega gruta donde Diana atesoraba un sinfín de delirios. Los fui haciendo aflorar uno a uno, sin prisa, que es la clave para aguantar. Primero tomándola por los tobillos para desplegar aquel explícito espectáculo ante nuestros ojos y, posteriormente, haciendo que la morenita juntase las rodillas y apretara los muslos para ayudarla a sentir cada una de las venas enraizadas a lo largo de mi miembro.
    
    Cuando consideré que la esposa del paciente que dormía plácidamente en la sala contigua ya había tenido suficiente, cuando su rostro indígena y mestizo estuvo suficientemente ofuscado y exhausto de tan bien como la había follado y de tantos orgasmos como había encadenado, entonces extraje lentamente mi miembro del palpitante interior de Diana y lo dejé reposando sobre el profundo surco de sus nalgas.
    
    La miré con ternura, con sus jadeos y gritos de estupor resonando aún en mis oídos. Aquella voluptuosa mujercita de piel canela se había portado como una campeona, no sólo sobrellevando las enérgicas arremetidas de mi miembro viril, sino jaleándome con lujuria, incitándome a prorrogar aquel polvo más y más, gritando con desesperación: “¡Fóllame, cabrón! ¡Fóllame!”.
    
    No obstante, mi pérfida presión en su esfínter contrarrestó súbitamente la paz que Diana sentía en aquel instante, así como cualquier intento de tranquilizarla. Pero yo no pretendía sodomizarla, ni mucho menos. Lo que quería era otra cosa. Me apetecía azuzar aquel tentador orificio, escuchar el silencio expectante y cómplice de su dueña y, sobre todo, que ésta comprendiera que en otra ocasión la haría gozar por ahí.
    
    Pensé pedirle a la venezolana que se pusiera de rodillas y que me hiciera acabar con la boca, consideré colocarme encima de su rostro para dárselo todo, tumbarla de lado no más, pero no hice nada de eso, sino que me fui otra vez hasta la mesa y me senté en el borde con la polla de fuera, vertical como una columna, y dejé que ella decidiese cómo hacerme acabar.
    
    La venezolana optó por ponerse en cuclillas, que debía ser la postura más cómoda según ella. Y a mí me pareció estupendo porque de esa forma las yemas de mis dedos alcanzaron fácilmente a acariciar su nuca, su hombro, sus senos y la firme ...
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