1. Una esposa latina


    Fecha: 01/06/2019, Categorías: Infidelidad Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos

    ... silencio mientras ella se divertía con mi miembro.
    
    La venezolana fue más rápida, pero yo fui directo. La tomé de la cintura y, a la voz de “atrás”, “atrás”, “atrás”, la empujé hasta que su glorioso trasero chocó con la camilla. Cuando la alcé para que se sentara me sorprendió que aquel cuerpecillo pesase tanto, pero eso me hizo comprender lo maciza que estaba la cabrona.
    
    En cuanto le expliqué que el macho de la manada era siempre el primero en comer, ella solita se tumbó. Luego alzó el trasero, se sacó el tanga, y lo tendió a secar en la lámpara de aumento. Su sexo sería todo un manjar para cualquier presidiario que hubiese salido de la cárcel después de diez años y un día, y eso mismo se me figuró a mí. Se lo comí sin modales, utilizando únicamente la boca, como los animales. Me abalancé sobre aquel tierno bocado con la lengua de fuera, salivando.
    
    Entregada por entero al placer, Diana se retorció encima de la camilla como un animal salvaje con una pata atrapada en un cepo. Aunque la esposa de Alfonso no estuviese pensando escapar precisamente, yo la mantenía bien sujeta, con los dedos de una mano aferrando su muslo con fuerza y los de la otra amasando con delicadeza un pecho que apenas lograba abarcar.
    
    Al comienzo su cuerpo se quedó rígido, pero luego no. En cuanto mi lengua le asestó un par de zarpazos, Diana apretó los dientes y tembló de cintura para abajo. Así le vino el primero, que gimió profunda, conmocionada, de todo corazón.
    
    Durante la calma que siguió, mi boca buscó nuevos horizontes. Desde los deditos de los pies hasta su ingle siguiendo un tortuoso sendero a lo largo de aquella hermosa pierna, decidiendo aprovechar la parada para sacarle el vestido por la cabeza, sin molestarme en bajar esa cremallera que ella dijo que tenía, sin esperar a que se quitase un sujetador que yo le hubiera arrancado a bocados.
    
    Entonces me quedé un momento admirando su cuerpo, intentando grabarlo en mi retina. Luego lo recorrí con las manos, tan ofuscado que me sorprendió percatarme de pronto de que Diana me había sacado la verga y la meneaba arriba y abajo como quien carga un arma antes de suicidarse.
    
    —¿Te gusta? —pregunté adivinando de antemano una respuesta afirmativa.
    
    —Mucho —ronroneó sensualmente, mostrando a las claras sus ganas de sentirla dentro— ¡Qué pija tan dura tiene, doctor!
    
    —Claro, Caperucita, para follarte mejor.
    
    Me tomé un tiempo antes de penetrarla, el suficiente para conseguir que su respiración volviese a ser entrecortada, inquieta, agitada. Tumbada boca arriba, despatarrada sobre la camilla, Diana gemía de forma apurada, desesperada porque yo me negaba a darle lo que ella necesitaba.
    
    Deseaba excitar al máximo a aquella esposa calenturienta, volverla loca de deseo, y el método por el que opté fue apoyar mi verga sobre su sexo y comenzar a ir y venir sin entrar en ella. Me aseguré de que contemplara como mi miembro se arrastraba pesadamente a lo largo de su vulva, siguiendo el surco definido y cada vez más ...
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