1. Una esposa latina


    Fecha: 01/06/2019, Categorías: Infidelidad Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos

    ... el suyo seguro que tenía que saber bailar como los ángeles. Me equivoqué por completo ya que, cuando “Tú me dejaste de querer”, de C Tangana, empezó a sonar, la esposa empezó a moverse como una auténtica diablesa.
    
    Instintivamente, retrocedí un par de pasos, pues esa forma de contonearse tenía que ser peligrosa a la fuerza. Sin embargo, en ese momento yo no sentía otra cosa que curiosidad, de modo que me apoyé de nuevo en el borde de la mesa. Diana era una morena baja, flexible, y la simple visión de su trasero sacudiéndose mareaba en aquella noche de sábado.
    
    Tenía las pestañas espesas y los ojos oscuros, alegres; la nariz recta, pequeña, unos labios abultados, perfectamente dibujados en su boca; y una cualidad cálida, imprecisa que hacía imposible dejar de mirarla. Sus caderas empezaron a oscilar con una frecuencia armónica y salvaje, sus piernas descargaron una serie de furiosos latigazos al aire como sacudidas por una corriente eléctrica y, cuando su busto, hombros y brazos se agitaron al ritmo de los sensuales acordes, yo dejé de saber quien era y donde estaba.
    
    Lo intenté, traté de bailar con ella. Hice el ridículo, por supuesto, no pretendía otra cosa que divertirla. Luego la canción acabó y hube de confesar que el único alcohol que teníamos en el consultorio era el de desinfectar heridas. Sin embargo sí que tenía otra cosa que seguro le iba a gustar.
    
    Su sonrisa se esfumó y la esposa me lanzó una mirada ladina, desconfiada, pero yo salí de la consulta y me fui para la pequeña cocina del personal.
    
    —No me lo puedo creer. ¡Melón!
    
    —Vivimos aquí encerrados durante todo el fin de semana, así que procuramos disfrutar de las cosas que nos gustan.
    
    Le pase una rodaja.
    
    —Se los compro a un amigo de confianza que tiene los melones más dulces de San Juan.
    
    “Después de los tuyos”, pensé añadir, pero esa broma hubiera sido nefasta.
    
    Diana mordió la rodaja que le había tendido e, inmediatamente, con la otra mano recogió un poco de jugo que le resbalaba de los labios y se chupó los dedos intentando no desperdiciar ni una gota de aquella felicidad.
    
    Reí, su esposo dormía, no había prisa. Mordí mi rodaja de melón. Estaba fresca, dulce, buena, compacta, tan deliciosa como la esposa.
    
    Ella siguió comiendo. Le gustaba. Las devoramos mirándonos, sonriéndonos. Aquello se convirtió casi en una competición. Los esqueléticos cuartos de luna al final se nos quedaron en la mano mientras todavía seguíamos masticando. El jugo nos empapaba las comisuras de la boca, y entonces ella arrojó su rodaja acabada a la papelera y, sin secarse los labios, me besó.
    
    —Quiero más —confesó con malicia— Pero otra fruta…
    
    Me mordió la barbilla y lamió alrededor de mi boca, aplacada tan sólo por mi barba incipiente. Aún así continuó, decidida, sonriente, palpando con curiosidad la entrepierna de mi pantalón.
    
    —Quiero esto.
    
    No supe qué contestar. Me resultó tan extraño oírla hablar de una forma metafórica y explícita al mismo tiempo, que me quedé en ...
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