El video (II) - Relatos Eróticos

El video (II)

... cabeza.

—El muy cabrón me la ha jugado pero bien —volvió a decir, rompiendo a llorar.

Marcos le miró entristecido, aunque un poco harto ya de aquel juego infantil.

—Guille, estamos otra vez en el mismo punto. Y vuelta a empezar. Esto no puede seguir así.

—No lo entiendes, Marcos. No es lo que te imaginas. Ese cabrón me ha jodido la vida. No te lo he contado todo… —Se interrumpió, sollozaba como un niño pequeño, angustiado, asustado como quien teme al hombre del saco—. Me grabó en video, Marcos. Me grabó chupándosela y ahora… Ahora ese video lo han visto todos mis compañeros en la oficina.

El primer arrebato fue regañarle y sermonearle por haberlo permitido, pero inmediatamente Marcos se puso en su piel y un nudo le apretó en el pecho amenazando con asfixiarle. Se le antojó que aquello no era real, no estaba ocurriendo de verdad, sino que se trataba de una desagradable pesadilla de la que estaba a punto de despertar. Un video íntimo, joder. Cómo había sido tan estúpido. Pero un error lo comete cualquiera, y más alguien tan enamoradizo como Guillermo. Habría confiado en el profesor a ciegas, le habría complacido en absolutamente todo y por eso había permitido que le inmortalizara en un trance como ese.

—Eso es ilegal, Guille. Tanto grabarlo sin tu consentimiento como difundirlo. Vamos a la policía ahora mismo.

—¿Y qué voy a decirles? ¿Que hay un video circulando por ahí en el que estoy chupándosela a mi novio sin dejar de mirar a la cámara?

Marcos necesitaba contar con toda la información, pero Guille todavía no era capaz de proporcionársela, estaba recomponiendo los pedazos que habían quedado de él. Rompió a llorar una vez más. Marcos le abrazó, apretando con fuerza para transmitirle todo su apoyo, sin intención de separarse de él ni siquiera cuando en la pantalla de su teléfono vio el nombre del francés llamándole. No era que se hubiese olvidado de su cita. Simplemente tenía otras prioridades. Guillermo, siempre Guillermo.

***

Pedro del Olmo no era un profesor cualquiera. A su innegable atractivo físico que le colocaba en la parte superior de una hipotética escala con los catedráticos más follables de la facultad, se unía su capacidad de oratoria, la pasión con la que impartía las clases procedente de una verdadera vocación por la enseñanza. Cada año llenaba las aulas con alumnos provenientes de otras carreras que habían elegido su asignatura entre las múltiples opciones para los créditos de libre configuración. No solo su ego se elevaba a niveles endiosados por sus dotes educativas, sino que sabía que un pequeño porcentaje de estudiantes fantaseaba con él. Y Pedro con ellos, concretamente con los pupilos cachas, guapos, extranjeros y, sobre todo, los que iban de rollo alternativo como si todo les importase una mierda. Perroflautas, progres, fachas, pseudointelectuales… Cualquiera que destacara de la masa de estudiantes que buscaban únicamente un aprobado, aquellos que le retaban de una manera u otra y a los que ...