1. 28 años


    Fecha: 18/05/2019, Categorías: Infidelidad Autor: pinoverde, Fuente: TodoRelatos

    ... punteado por las luces de la ciudad que se desplegaba justo debajo.
    
    Allí se insertaba el reflejo de Carol, la primera en todo.
    
    El primer amor, el primer sexo, el primer y auténtico dolor.
    
    Carol imprimía su piel blanca intensa contrastando con el cristal.
    
    Carol de rodillas pero nunca sometida.
    
    Parecía irreal.
    
    Parecía insuperable.
    
    Parecía estar despertando de un largo sueño.
    
    Y dejé de prestar atención a aquella felación de fábula.
    
    Solo veía a Carol alzando su mano diestra hasta entrelazarse con la mía sin dejar, ni un solo segundo, de continuar con la maniobra.
    
    - Creo que esto ya está Juan – aseguró sonriendo mientras me contemplaba desde abajo, con su rostro justo al lado de mi polla, ya completamente tensa – Pero a mí aún me queda.
    
    - ¿No estabas cachonda ya en el parque? – bromee.
    
    - No, no caballero. Ya no tenemos diecisiete….ya no me pongo a cien solo con mirar un buen culo. Ahora debes ganarte el sabor de mis fluidos.
    
    Carol se alzó, se sentó en la mesa de escritorio y abrió sus piernas sin retardos ni preámbulos.
    
    Recuerdo el mecido flácido de sus muslos al ejecutar aquel movimiento.
    
    Recuerdo las venillas azuladas transparentándose a través de su piel.
    
    Recuerdo sus pies descalzos, algo hombrunos, con aquellas durezas en los dedos gordos inexistentes un cuarto de siglo antes.
    
    Si.
    
    Lo veía todo.
    
    Y juro por todo lo sacro, que nunca la vi más cautivadora.
    
    Me acerqué.
    
    Besé de nuevo su boca y descendí lento, amagando y retrocediendo, consiguiendo que su respiración se destemplara, ganara en calidez y nervio, reteniendo las ganas de gritarme un “!Cómetelo joder!”.
    
    Si no lo decía, era porque en el fondo, sabía que pocos afrodisiacos hay mejores, que retrasar el instante preciso.
    
    No dejé un solo milímetro de su cuerpo sin ser besado, acariciado, y sutil, muy sutilmente lamido.
    
    Y, cuando llegué al sitio más sacro y delicado, al lugar donde todo hombre, alguna vez se arrodilla, al único dios donde uno descubre que en realidad es diosa, entonces, inexplicablemente, lamí intensamente.
    
    - Aaaaa que cabrito….¿dónde aprendiste a hacer eso?
    
    No le respondí.
    
    Bastante tenía intentando coordinar lengua, boca, saliva, suspiros, presión, caricias, gemidos, mis manos asiendo las caderas, acercándola sin acelerar el placer, sin provocar daño, calibrando bien mi habilidad con las exigencias de Carol.
    
    Porque Carol ya no era una púber camino de la madurez.
    
    Carol ya era madura.
    
    Sabía lo que quería, como y donde lo quería y, estaba seguro, no deseaba encontrar en mi la misma torpeza que veintiocho años antes.
    
    La mesa de despacho era buena obra de carpintería.
    
    Carol pecaba de rellenita, bien oculta bajo unas maneras de vestir sugerentes.
    
    No era gordita pero había ganado doce o quince kilos.
    
    El mueble no emitió ni una sola queja.
    
    Porque ella, acariciando mi medio melena, acariciando mi barbilla, se dejó caer, larga sobre ella, entregada, consintiendo todas las diabluras que ...
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