1. 28 años


    Fecha: 18/05/2019, Categorías: Infidelidad Autor: pinoverde, Fuente: TodoRelatos

    ... la mujer más puta.
    
    Por mucho que décadas y experiencia hicieran dos en una, una mujer siempre guarda unas gotitas de duda.
    
    La diferencia es que Juan, también con décadas, también con experiencia, había aprendido a reconocerlas, a encauzarlas, a comprenderlas.
    
    Comprendía su papadilla, remarcando un rostro que no había perdido la belleza traviesa de sus pecas.
    
    Comprendía las machas de su piel, el decaimiento de sus pechos, lo exagerado de sus aureolas.
    
    Comprendía la barriguilla, las caderas sobrealimentadas, la dejadez del vello público.
    
    Comprendía los muslos punteados por la piel naranja.
    
    Comprendía la flacidez.
    
    Comprendía los años y los malos hábitos.
    
    Camine hacia ella.
    
    A cada paso se desprendía un zapato, luego otro, luego el jersey y la camisa, luego los pantalones hasta que, al llegar hasta ella, no quedaba nada que impidiera ver mis innumerables defectos.
    
    Y Carol, jodidamente lista, comprendió también la realidad de mis arrugas, de mi papadilla, de mi culo sin resalte y mi tripa.
    
    También a mí se me había injertado, sin remedio, el tiempo entre las células del cuerpo.
    
    Ella sonrió.
    
    - Solo una cosa por favor – avisó.
    
    - Tu dirás.
    
    - Quítate los calcetines. Es lo menos erótico que puede haber en este mundo.
    
    Sonreí.
    
    La besé.
    
    Lo hicimos casi tan tímidos como cuando no sabíamos nada y tanto nos costaba reconocerlo.
    
    Lo hicimos parando para reír, para acariciarnos el rostro, para intensificar el abrazo, volver a reír, besar de nuevo y parar los cronómetros.
    
    Es lo bueno de los cuarenta y tantos.
    
    Las prisas, irónicamente, se difuminan cuando se sabe que el buen tiempo es finito y las oportunidades de disfrutarlo tan escasos, que el beso más tibio es de una intensidad asoladora.
    
    Una apertura de boca.
    
    Una puntita de lengua correspondida.
    
    Saliva
    
    El ruido del besuqueo.
    
    La apertura total, acelerada.
    
    Las respiraciones que chocan.
    
    Los cuerpos que se aprietan.
    
    Carol fue la primera en abandonar.
    
    Pero no para tomarse un respiro.
    
    Lo hizo para besar mi mentón, para descender hasta la nuez, hasta el hueco de cada clavícula, hasta lamer el esternón.
    
    Mordisqueó la tripa, apretó con sus uñas las lorzas.
    
    Provoco mi sonrisa al llegar al ombligo.
    
    Olisqueo el vello.
    
    Y al encarar el pene, medio inquieto medio flácido, sin pactos, treguas o preavisos, abrió su boca y se lo introdujo de un empentón adentro.
    
    Lo hacía bien.
    
    Rematadamente bien.
    
    Mucho mejor de como lo había recordado.
    
    Invertía en ello, todos sus recursos.
    
    Tan experta, tan concienzuda que no pude represar la idea de preguntarme cuantas pollas entre nuestra ruptura y ese instante, habría devorado.
    
    Y la idea, ácida, incentivó en mi unos irreconocibles e irrazonables celos.
    
    Menos mal que volvieron mis ojos.
    
    Porque, lo verdaderamente diferenciador, lo más excitante, paraba en ese afrodisiaco tan maltratado y esquivo que son las retinas.
    
    Al abrirlas, pude contemplar el ventanal negro, ...
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