¿Un sueño hecho realidad? (10) - Relatos Eróticos

¿Un sueño hecho realidad? (10)

... les digo que vivo con mi madre y ella me recomienda que no vaya con mujeres. —Volvió a reír y la besó de nuevo con ansia indisimulada.

Cenaron con calma. La sola presencia de Antonio en casa tenía un efecto balsámico en Oli. Comprendió entonces para sus adentros que el amor era eso y no tenía nada que ver con poseer al otro ni regalarle joyas. Por supuesto, él no la dejó fregar ni un tenedor.

Ya estaba sentada en cama, con el volumen de la tele al mínimo, cuando Antonio salió del aseo en calzoncillos. Sacó de su bolsa de fin de semana una cajita de color rojo y se apresuró a acompañarla.

—He pensado que tal vez te apetecería un bomboncito, aunque ninguno de esta caja está tan bueno como tú y tus tetas… —Le dio un pico y le introdujo uno en la boca de forma lujuriosa.

—Ummm… chocolate puro. Así no voy a adelgazar…

—Ni falta que te hace, rubia. Además, el cacao no tiene grasa. —Guiñó un ojo.

Compartieron entre besos, risas y muchas caricias el contenido de la cajita, no abundante pero sí exquisito. Antonio le clavó la mirada:

—¿Vas a decirme qué es lo que pasa?

—¿Por qué lo preguntas?

—Después de tantas noches sin vernos, la Oli anterior a la visita a Óscar pediría su postre sin vacilar. Primero follaríamos y luego cenaríamos. El salmón estaba exquisito y tus besos también, pero no eres la misma.

La enfermera no rehuyó el interrogante que mantenían en el aire aquellos iris intensamente negros.

—¿Recuerdas mi bajón de tensión?

—Sí.

—Nunca fue un bajón de tensión…

A veces, las conversaciones más difíciles surgen gracias a detalles nimios que las vuelven fáciles. De manera inesperada, el canal de noticias de la televisión acudió en ayuda de Oli al informar de la detención en los Pirineos franceses de Edson L., un joven buscado por abusos sexuales en varias ciudades españolas gracias al ADN encontrado en su última víctima. Después de subir el volumen para escuchar la pieza de 90 segundos, se derrumbó en brazos de Antonio y habló. Se lo contó con detalle, sin pausas, igual que había hecho ante una policía rubia y uniformada en la Comisaría. Vomitarlo todo dejó de lastimarla y supuso para su cabeza un alivio mayor que todos los antidepresivos conocidos. Luego, siguió llorando hasta que se calmó.

Antonio pulsó el botón de apagado del mando a distancia y la abrazó en silencio, igual que había estado escuchando los detalles de la confesión. Al ver que ella se tranquilizaba, le llenó la frente de besos muy suaves y habló entre susurros:

—Me gustaría instalarme aquí, al menos mientras no se resuelva cómo va a ser el juicio y se encauce todo. ¿Quieres?

—No solo quiero. También lo necesito.

—¿Por qué no me lo contaste antes?

—Por vergüenza, por asco, porque ni siquiera yo sabía cómo gestionarlo…—Suspiró—. Me fuerzan a algo que no quiero, usan mi cuerpo y la que se siente asquerosa soy yo… Además, tenías mucho trabajo y no quería alterarte con mis problemas.

—Soy adulto, no necesito que nadie decida qué ...