1. Con mi consentimiento


    Fecha: 08/05/2019, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: femerba, Fuente: CuentoRelatos

    ... apetece penetrarme? Claro que sí, respondió él. Bueno, ahora sí, haz lo que sabes hacer, dijo ella quitándose sus bragas. Se levantó de su puesto, apoyó sus brazos en el escritorio, quedando frente a mí para darle las espaldas a él y levantando sus nalgas, dijo, soy toda tuya. No te tardes.
    
    Para qué dijo eso. Rodolfo levantó las faldas de mi mujer para apreciar y acariciar sus nalgas en primer lugar, se puso de cuclillas detrás de ella para besarlas y pasar su lengua por el sexo de mi mujer que ya, para ese momento debería estar humedecido, y, ahí sí, después de haberla estimulado un poco con los dedos de su mano, procedió a apuntar su verga y empujar su miembro dentro de la vagina de mi mujer.
    
    El gemido de placer que ella emitió cuando esto pasó, no se hizo esperar. El muchacho tenía una verga muy grande y era de esperar que el contacto de sus sexos generara alguna reacción en mi esposa que, dejando caer su pecho sobre el escritorio, y sin dejar de mirarme, empezaba a sentir el placer que las embestidas de aquel hombre le estaban produciendo. Ella se veía pequeña y vulnerable ante las embestidas de aquel, pero ella lo estaba disfrutando. Gemía y gemía con cada movimiento de ese macho y la estaba pasando bien.
    
    No pares, decía ella, no pares. Y ante esto, el muchacho arreciaba sus embestidas. Su miembro no entraba del todo en el cuerpo de mi mujer y ella apretaba sus caderas para acoger con firmeza el sexo que entraba y salía de su cuerpo con mucho vigor. Ella movía sus caderas a un lado y otro, a la par que el muchacho, empujaba y empujaba con ritmo e intensidad. Tenía cogida a mi mujer de las caderas, apretándola para atraerla hacia sí al ritmo de sus embestidas, tal vez tratando de apresurar el final de la faena.
    
    Para ella, encantada como estaba, el tiempo no pasaba y lo que hacía aquel no era de importancia, pues disfrutaba a plenitud de su regalo. Era yo, quien, observando lo que pasaba, me confundía en pensamientos y suposiciones. El tipo se está aprovechando y le está dando duro, sin compasión ni delicadeza, pero ella estaba inmersa en sus sensaciones y totalmente fascinada con la experiencia. ¡Dale! ¡dale! decía, una y otra vez. El volumen de sus gemidos dictaba la intensidad de sus sensaciones y, pasados los minutos, la conclusión del acto finalmente llegó.
    
    El muchacho se aferró a las caderas de mi mujer y apretó su cuerpo contra el de ella, concentrando su vigor en la descarga de semen que la inundó en sus entrañas. Ella movía sus caderas a un lado y otro hasta que, pasado el tiempo, aquello cesó. El joven se retiró con su miembro ya flácido y aquello terminó. El, casi de inmediato, se subió los pantalones, como quien acaba de cometer una pilatuna y quiere ponerse a salvo. Y ella, con toda naturalidad, bajó su falda y volvió a sentarse en su puesto.
    
    Acabó esto… ¡Acabemos este vino! Dijo. Y así, como si fuera lo más natural del mundo, volvió a servir las copas y la charla continuó como si aquello no hubiera pasado. ...
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