1. Con mi consentimiento


    Fecha: 08/05/2019, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: femerba, Fuente: CuentoRelatos

    Este relato no es diferente de muchos otros, pero el contexto en el que se dio la experiencia es lo que lo hace atractivo y especial para recordar. Trabajaba en una oficina gubernamental del sector defensa donde todo, claro, es reglamentado, acartonado, protocolario y formal. Uno creería que esas inmaculadas oficinas solo son escenario de actividades laborales, reuniones de trabajo y las actividades propias de una oficina, papeleo y demás.
    
    Siempre cargo conmigo mi computador personal y, algún día, durante la hora de almuerzo, cedí a la tentación de activar mi equipo y ponerme a repasar las fotografías que tenía sobre nuestras aventuras “cuckold”. Para ese momento, la verdad, mi esposa y yo nos habíamos involucrado en ese tipo de actividades, más por satisfacer la curiosidad que por otra cosa, pero, pasadas las experiencias, poco a poco le habíamos cogido el gusto por explorar nuevas situaciones, conocer otra gente y disfrutar del momento.
    
    En algún momento decidí entrar al baño, que estaba ahí mismo, dejando mi PC prendido, activo y a la vista sobre la mesa, pues era cuestión de un momento mi ausencia. Mi oficina era privada, de modo que el ingreso de gente allí estaba restringido, pero, con el paso del tiempo, había alguna flexibilidad con los colaboradores cercanos para que tuvieran acceso cuando fuese menester. Y ese fue el caso de Rodolfo, el encargado de la correspondencia, quien, viendo que la puerta estaba entreabierta, no tuvo inconveniente en entrar sin hacerse anunciar.
    
    No me vio al entrar y tampoco sospechó que quizá estuviera en el baño, pero si le llamó la atención fisgonear mi computador. Y, claro, las fotografías que pudo ver, donde una mujer, mi esposa, retozaba con un hombre de color llamaron su atención. En ese instante yo salí del baño. Y muy seguramente, supongo yo, al escuchar es ruido que hice al accionar la manija de la puerta, se distanció del escritorio. Yo, al salir, lo que pude percibir era que él recién llegaba. ¡Hola, Rodolfo! Le saludé cuando lo vi. ¿Qué tanto traes hoy? Hola, jefe, respondió. Lo de siempre, mucha correspondencia. Bueno, dije, yo, ¿dónde te firmo? ¡Siéntate!
    
    Me pasó la panilla de entrega y, verificando documento por documento, fui firmando el papel, como lo establecía el protocolo. Jamás imaginé que él había visto lo que aparecía en la pantalla de mi PC, por lo cual seguimos conversando, centrados en la tarea del manejo documental, pero nada más. Y, terminado el chequeo y las firmas, Rodolfo me dio las gracias y se retiró. Hasta ahí, nada había pasado. Cabe anotar que Rodolfo era un muchacho mulato, bastante agraciado y muy jovial.
    
    Pasados los días, Rodolfo procuraba aparecerse cuando yo estaba en la oficina y entablar algún tipo de conversación. Nada especial. Algún comentario sobre la actividad cotidiana, solo, quizá, con el interés de establecer algún tipo de vínculo y relación de confianza. Y, tratándose de un colaborador habitual, pues, yo no tenía algún tipo de prevención hacia ...
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