1. Infiel por mi culpa. Puta por obligación (4)


    Fecha: 05/05/2019, Categorías: Grandes Relatos, Autor: DestinyWarrior, Fuente: CuentoRelatos

    ... izquierdo y agito el aire con el rápido movimiento de los dedos de mi mano y en mi muñeca anudada permanecen las hebras de hilo rojo, desde que mi esposo me lo colocó aquella tarde de abril en Bogotá, recorriendo el mercado de las pulgas por los alrededores de Usaquén.
    
    Pero… También lo saluda la señora que se ha ubicado unos tres metros más allá, pero del lado mío. ¡Ahora me siento ridícula! Porque no sé si el rubio galán, obsequiaba aquel volador beso a la mujer de color y su festivo turbante, o a esta nívea hembra, que viste de rombos verdes encendidos, amarillos de carnaval y rojos coral, sobre un fondo de hilos negros, con sombrero de paja que es asegurado a su cabeza por la mano que antes se agitaba saludándolo y lentes oscuros a la moda, aun cuando no es necesario ocultar de la nublada mañana, mis azules ojos.
    
    En fin, que ahora lo importante para mí es lograr cumplir con la maratón y en zigzag, por las calles de Otrobanda, desde la plaza Brión hasta el hostal.
    
    Y de nuevo percibo el movimiento para normalizar el puente. El apuesto turista melenudo se despide a lo lejos con una lata azul y aluminio, que lleva de forma distendida en su mano derecha. Esta vez compruebo que es de mí, pues la colorida compañera de detención en este puente, ya va caminando varios pasos por delante y de costado no se fija, no le importa, ni a mi debería de hacerlo y sin embargo me permite subir en algo, mi maltrecha autoestima. Sin quererlo sé que le estoy sonriendo al rubio. Sin pretenderlo y tan lejos, sigo gustando.
    
    Por fin se endereza el puente, ojala que mi vida tambien llegue a hacerlo pues en caso contrario, deberé tomar una drástica decisión antes de perder la poca cordura que me queda. Ya veo a más personas al fondo de la plaza, me cruzo con algunas pero del afán, paso por grosera ya que a ninguno saludo, porque por momentos mi mente vuela a donde no estoy pero si a donde estuve, permanentemente a su lado. Atravieso en diagonal presurosa hasta llegar al pequeño parque, rodaderos y columpios silenciados a estas horas de la algarabía de los niños. Continuo recto hacia la esquinera casa de puertas y ventanas blancas, –con muros de un intenso bermellón– y por la angosta calle doblo hacia la izquierda, perdiendo de vista las alturas del puente Reina Juliana y avanzo solitaria bajo el amparo de los faroles negros que permanecen encendidos todavía, iluminando el costado del parking a mi diestra. La brisa aquí no sopla, protegida estoy por las casas que me rodean y mis pasos no retumban tanto disimulados por el zumbido, –en un mecánico orfeón– de los aires acondicionados.
    
    Esta estrecha calle no es muy recomendable, pero para acortar la distancia preciso hacerlo. Llego a la esquina donde por lógico horario, está cerrado el restaurante chino y debo cruzar por debajo de las columnas de concreto que soportan el tráfico en la avenida con el nombre de la otra isla compañera y girar hacia mi derecha, luego de nuevo a la izquierda y al fondo ya, donde ...
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