1. Una esposa en préstamo


    Fecha: 15/04/2019, Categorías: Infidelidad Autor: Orpherius, Fuente: CuentoRelatos

    Estábamos sentados en unos sillones de color rojo de la zona del bar del club Mystique, en Arona, un local swinger. En los últimos meses, habíamos estado viniendo ocasionalmente a pasar unas horas. Nos gustaba mucho el ambiente, pasearnos por las distintas dependencias y echar alguna ojeada a través de las cortinas que algunos clientes dejaban discretamente abiertas. Mi mujer, Claudia, solía ponerse un pequeño antifaz de color negro para sentirse más cómoda, sobre todo cuando dejaba parte de su ropa en la taquilla y decidía quedarse en ropa interior o con alguna otra prenda igualmente sexy.
    
    A nuestro alrededor, en la barra, en la zona de baile y en otros asientos repartidos por la estancia, la gente charlaba relajadamente. Frente a nosotros, en un sillón de tres piezas, otro cliente tomaba su consumición, un chico alto, atractivo. Claudia, protegida por la pequeña mampara que ocultaba sus ojos, lo observaba tomarse su copa a pequeños sorbos, con total indolencia. Aunque había un hilo de música de fondo, muy suave, se acercó a mi oído para decirme:
    
    ―Lleva un rato mirándome.
    
    Mi esposa es una mujer muy atractiva: pelo negro ondulado, muy abundante, ojos azul oscuro, casi verdes, piel blanca, 1'69 de estatura, pechos de tamaño medio, con las areolas pequeñas, como botones, rodeando unos pezones puntiagudos, y un culo de infarto: dos montículos redondísimos, de carne blanca y trémula, que adquirían un ligero aspecto a la piel de naranja cuando estaba de pie, pero que parecían dos manzanas brillantes y pulidas cuando se ponía a cuatro patas.
    
    ―¿Y te extraña? ―le digo susurrando, sonriéndole a la vez―. Ya lo he visto, cariño. No te quita el ojo de encima.
    
    Ella sabía que me encantaba verla vestida de manera sexy. Me gustaba «lucirla», alardear de poseer a una mujer como ella y sentir las miradas viciosas de otros hombres sobre su cuerpo. A ella, por su parte, le gustaba coquetear en mi presencia, experimentar la sensación morbosa de saberse observada y deseada delante de mí.
    
    Para esta ocasión, se había puesto un vestido enterizo color púrpura, con una falda plisada que le llegaba un poco por encima de las rodillas, con un escote generoso velado por unas filigranas de encaje, muy transparentes. Llevaba el pelo suelto, y se había puesto unos zapatos de fino tacón, negros, abiertos en la punta, por donde asomaban dos dedos con las uñas pintadas igualmente de púrpura. Unas medias de redecilla cubrían sus piernas hasta sus muslos, donde permanecían sujetas por un liguero. Mientras hablábamos entre susurros, ella no dejaba de balancear el pie, como si fuera un reclamo, una pierna cruzada sobre la otra.
    
    Semanas atrás habíamos hablado de dar un paso más en nuestras fantasías morbosas: buscar a un chico que la poseyera en nuestra alcoba de matrimonio mientras yo los observaría desde un discreto rincón. Nos ha¬bíamos confeccionado un perfil de pareja en un portal de contactos, pero hasta el momento no habíamos dado con nadie de su agrado. (Era ...
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