1. Entrenada por los muchachos (II)


    Fecha: 13/04/2019, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: EmmaReyRey, Fuente: CuentoRelatos

    Si había contado los olores al bajarse del autobús allí era imposible distinguirlos unos de otros, era una mezcla de tabaco, alcohol, sudor, grasa y sexo. El bar era un lugar en decadencia claramente, con una barra roída y llena de comején, seis mesas esparcidas junto a las paredes descoloridas y grises, casi negras, dos mesas de billar en el centro, también desgastadas y con muchos signos de uso, un suelo de madera que rechinaba a cada paso. Al fondo a la derecha estaban las escaleras a la segunda planta y la puerta hacia los únicos dos baños en la planta baja, de arriba provenían los inconfundibles sonidos del sexo y de la planta baja una música de reggaetón de moda con liricas bastantes explícitas.
    
    Tres putas con vestidos escarchados iban y venían con bandejas y cervezas y botanas, cualquiera les metía mano en el culo o les magreaba las tetas y ellas seguían como si nada, eran mayores que las colegialas, entre los veintidós y veintiséis años, ellas sí tenían precio. El lugar estaba lleno a reventar a pesar del aspecto y el mal olor, pero al entrar las cinco zorras se quedó todo en silencio y se suspendió el tiempo, hasta que alguien en el fondo gritó:
    
    —¡Llegaron las zorritas del Centeno!
    
    Las recibieron como unas celebridades, todos se apresuraron a ofrecerles cigarros, cervezas, una partida en el billar o sillas, pero con la misma prepotencia con que habían tratado a los demás afuera así trataban a todos allí dentro. Daniela las siguió mientras iban saludando y haciéndose camino hacia las mesas de la derecha junto a las ventadas que con cristales tan sucios como los lodosos pisos no permitían ver nada del exterior, allí había seis sillas ocupadas por una banda especial de varones. Se fijaron en ella.
    
    —Traes una nueva —dijo el más anciano, quizá casi setenta años.
    
    Sabrina se giró a ver a Daniela y se encogió de hombros, inclinándose a darle un beso al anciano, éste lo recibió y cuando ella se inclinó todas las cabezas se concentraron en su tanga y en su coño, las otras cuatro hicieron fila detrás y le dieron un beso de la misma forma, como a un abuelo que se va a visitar los fines de semana. Sin saber qué hacer, Daniela las imitó.
    
    —Soy Daniela —dijo, el anciano le sonrió.
    
    Saturnino tenía la piel curtida y morena por el trabajo, las manos largas y gruesas aunque arrugadas y manchadas por el sol y la edad, el cabello cano y blanco así como la barba le caía en los hombros, usaba un overol azul y su pecho flaco quedaba al descubierto. Al sonreír Daniela pudo ver que le faltaban casi todos los dientes de enfrente.
    
    —Saturnino, mucho gusto, señorita, para servirle a Dios y a usted.
    
    Al escucharlo hablar con tanta elegancia Daniela se sintió un poco mejor, quizá más relajada al pensar que no eran tan malas personas, aunque en realidad no estaba viendo a su espalda, donde media docena intentaban ver bajo sus bragas mientras saludaba al anciano, el más respetado del lugar. Cuando giró hacia sus compañeras se sorprendió de ver a ...
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