1. Amalia


    Fecha: 24/11/2019, Categorías: Incesto Autor: Fantasma Verde, Fuente: CuentoRelatos

    1.
    
    Amalia es la hermana menor de mi madre, vive en España y tiene 3 hijos mayores que yo. Durante mi infancia y adolescencia fuimos muy unidos, pero cuando se casó se fue a vivir a España y desde entonces solo la veíamos en las fechas especiales. Aunque siempre estuvo en comunicación, la distancia y el tiempo la volvieron más una amiga lejana que un familiar.
    
    Siempre fue una mujer sumamente atractiva. Desde que estaba en la escuela de artes había tenido infinidad de pretendientes, y muchos de ellos con dinero y malas mañas. Aún hoy, con 50 años recién cumplidos, no dejaba de atraer miradas a donde quiera que fuera, no tanto por su cara o sus ojos de color, sino porque tenía unas tetas enormes. Si bien no eran monstruosas ni nada muy exagerado, sí que eran grandes. Y al igual que una buena parte de las mujeres que tienen el busto muy grande, sus caderas y sus nalgas eran pequeñas, pero no importaba. Alta, piel clara y de cabello castaño; no tenía una sola cirugía en el cuerpo ni en la cara.
    
    Al momento que sucede esta historia yo tenía 31 y me acababa de divorciar. Había regresado a la capital para empezar desde cero y justo cuando apenas iba a cumplir una semana en casa, mi abuela se lastima la cadera. Fue una situación algo complicada al principio pues ni mi madre ni yo podíamos hacernos cargo de ella por el trabajo. Ella aún no se jubilaba y yo apenas acababa de entrar a trabajar a un despacho de abogados.
    
    Una mañana cuando me disponía a salir a trabajar, abrí la puerta y ahí estaba ella. Amalia me abrazó apenas al verme y muy eufórica me besó ambas mejillas. Llevaba un vestido azul muy ceñido y el cabello oscuro en una cola. Su perfume dulce y sus pechos presionándose sobre mí me provocaron una erección que me costó trabajo disimular; aquella mujer no dejaba de ser atractiva y no había perdido la figura que recordaba. Fue una gran sorpresa para todos, especialmente mi abuela, pues sabía que ella no dejaba su casa ni su marido por nada. Aunque aquello fue un encuentro muy breve estuvo lleno de muchas emociones por parte de los dos. Era la primera vez que nos veíamos en persona en muchos años y sin duda notábamos el paso del tiempo, aunque en su caso parecía que pasaba en balde. Sin dar muchos detalles nos explicó que quería estar cerca de la familia en estos momentos y sobre todo ayudar a su madre, pero no mencionó a su esposo ni a sus hijos, cosa que se nos hizo raro. “Ella tendrá sus razones” me dijo mi madre antes de irme al trabajo.
    
    Todo el día estuve pensando en ella, en su perfume y por su puesto en sus pechos. Recuerdo que más o menos cuando tenía 15 años me enseñó a jugar ajedrez en un curso que dio en una casa que rentaban antes de irse a España; una residencia de ladrillo muy grande y oscura. No sé por qué recuerdo tanto esa oscuridad. Era como si intencionalmente hicieran que la casa estuviera en penumbra aún con las ventanas abiertas y el sol entrado a plomo. Fue en aquella primera clase que todo cambió para ...
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