1. Lo siento, abuela (2)


    Fecha: 13/11/2019, Categorías: Incesto Autor: Hidden Words, Fuente: TodoRelatos

    ... coño.
    
    Dejé de besarla, bajé hasta su pecho y por fin pude probarlas. Con las manos las levantaba y apretaba mientras hundía mi cara entre ellas. Las tetas de mi abuela cabían en mis manos con dificultad, eran grandes, suaves y tersas. Eran perfectas.
    
    La volví a besar sin dejar de apretarlas, mientras mi pene se negaba a dejar de refregarse en su coño.
    
    —No, hijo. Por favor, esto está mal —balbuceaba mientras le metía la lengua en la boca. Ella me besaba jadeando. Estábamos desesperados por comernos la boca.
    
    Así estuvimos varios minutos hasta que la hice girar para dejar su espalda a mi vista, presionada con mi pecho. Tomé sus tetas con ambas manos desde atrás y comencé a besar su cuello.
    
    Mi polla rozaba su culo y la entrada de su vulva. Movimientos hacia adelante y hacia atrás lograban que mi verga se resbalara entre sus labios. Mi mano izquierda intruseaba entre los vellos de su concha hasta encontrar su clítoris. Suavemente lo rozaba con las yemas de los dedos medio y anular. Ella gemía y se agitaba su respiración. Mi mano derecha seguía manoseando sus tetas. Lamía su cuello y ella rodeaba el mío con su brazo, mientras con el otro logró apoyarse en la pared junto a la ventana. Coño y verga se buscaban como un duro trozo de fierro a un imán.
    
    Escupí mi mano y deslicé los dos dedos entre sus labios. Ella suspiraba entre algunos “Fernando…”. Volví a escupir y cubrí mi pene con saliva. Estaba listo, lubricado, esperando la orden para ensartar a mi abuela de una vez por todas.
    
    Tomé su brazo libre y la jalé hacia atrás suavemente. Era el movimiento que necesitaba. La cabeza de la polla entró primero y luego la mitad del tronco. Un grito ahogado anunció nuestro pecado. Abuela y nieto ya no eran tales. Habíamos cruzado un umbral que pocos han cruzado. Un límite del que no se podía volver.
    
    Ella no necesitaba moverse, mi verga entraba y salía sola. La estaba bombeando como ella se merecía, de manera sensual, al ritmo de las palpitaciones de un corazón. No tan rápido, pero a un ritmo constante.
    
    Le podía escuchar en voz baja y agitada “Dios...”, “sigue...”, “más…”. Se acomodaba su lacio cabello plateado hacia un costado y me miraba en éxtasis hacía atrás. Era una conexión mágica, nos estábamos disfrutando.
    
    Se encontraba de pie, abierta de piernas, siendo tomada desde atrás por su nieto, siendo sujetada desde un brazo y las caderas. Solo su mano libre apoyada en la pared podía hacer fuerzas para aguantar las embestidas y mantenerse en el mismo sitio.
    
    Hasta que de pronto, recordó que la ventana no era un espejo. “¡Las persianas!”, me dijo, “hay que cerrarlas”. Le devolví un no rotundo. Sabía que vivían un par de ancianos más en toda la calle y a esa hora probablemente estarían en sus casas, pero debo reconocer que el poder follarme a mi abuela delante de todo el que eventualmente pasara por ahí, y la sola posibilidad de que nos atraparan, me ponía aún más caliente. La amaba, pero en mi cabeza, en ese momento, éramos simples ...