1. Mi hermano y yo (I)


    Fecha: 11/11/2019, Categorías: Incesto Autor: Galmale, Fuente: SexoSinTabues30

    Mi hermano y yo fuimos un fastidio. Me explico. Nuestros padres nunca quisieron tener hijos, pero la naturaleza que es caprichosa y, ellos descuidados, nos tuvieron pasados los cuarenta. Primero a Juan, un fastidio, y luego, 20 meses más tarde, a mí, un fastidio mayor. Pronto nos dimos cuenta de que, como decirlo, molestábamos. Querían viajar, pasar el mayor tiempo posible en una casa de campo que tenían, y nosotros éramos una carga, una pérdida de su libertad. Pero la suerte les sonrió. Mi hermano Juan, ya con 12 años parecía tener la madurez de un adulto. Pronto se encargó de mí, veía como éramos ignorados. No recuerdo tener una conversación con mi padre más allá de tres o cuatro frases, y con mi madre, lo justo y necesario para enseñarme lo que era ser una mujer. A los 14 años, Juan ya prácticamente era mi mentor. Se preocupaba por mi matrícula, mis estudios, hasta de mi calendario de vacunas, si era necesario. Mis padres pronto retomaron su vida como era antes de habernos tenido.
    
    Mi hermano era alto casi 1,90. Su tez era morena con un pelo negro brillante y unos ojos castaños preciosos. Su cuerpo fibroso estaba esculpido gracias a su gran afición, la natación, que practicaba siempre que podía. Tenía unas espaldas anchas y apenas un gramo de grasa. Su atractivo no pasaba desapercibido a las chicas del colegio. En su último año, con 17 traía locas a sus compañeras de clase, y a mis amigas también, que no se cansaban de pedirme que se lo presentase. Odiaba eso.
    
    Yo, como mi madre, era morena con ojos casi negros, y una media melena que se posaba sobre mis hombros. Tenía unas buenas caderas con un culo firme y redondo. Las tetas eran generosas que desafiaban a la ley de la gravedad, con unos pezones rosados, no menos generosos, que sobresalían pareciendo misiles a punto de ser disparados. Con 14, mis tetas luchaban por abrir los botones de la camisa del uniforme, lo que me hacía sentir acomplejada. Decían que era guapa, debía ser porque tenía bastantes moscones alrededor, con ganas de meterme mano, pero todos me parecían infantiles comparados con Juan. Recuerdo un viejo verde, un baboso, que vivía solo en el mismo edificio y que siempre procuraba coincidir conmigo en el ascensor. No hacía más que mirarme las tetas y yo me sentía fatal. Hasta que un día coincidimos los tres, el viejo asqueroso, mi hermano y yo. Mi hermano pronto se dio cuenta. Vivíamos en el ático-dúplex y el cerdo unos pisos más abajo. Cuando llegó a su piso y se abrió la puerta, Juan puso su enorme brazo como barrera para impedir dejarlo salir y sin dejar de mirarlo le dijo:
    
    El hombre solo acertó a balbucear alguna disculpa y le faltó tiempo para salir del ascensor y meterse en su casa. Juan pasó a la categoría de héroe para mí. Si no fuese por mi timidez le hubiese abrazado. No hizo falta que le arrancase la cabeza, un infarto se llevó al cerdo pocos meses después.
    
    A los 17 años, la madurez y seriedad ya era la de un hombre de 40. Apenas salía con chicas o con los ...
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