Camino hacia zoodoma. Capítulo I - Relatos Eróticos

Camino hacia zoodoma. Capítulo I

Admiro mucho a aquellas que tienen desde un principio bien claro lo que quieren, porque para mi fue todo un camino llegar a saber que esto me gustaba. Si bien siempre fui una mujer de perros, no había para mi un interés inusual por estos peludos más allá de la apreciación de su belleza y un amor fraterno hacia ellos. En casa siempre tuvimos uno como mascota. El primero del que tengo memoria fue laica, una perrita pastor alemán regalo de mi tío. Era casi una bebé cuando llegó, y apenas iba al kínder cuando mamá me dijo que se escapó para que no me enterara que había muerto. Y cuando tenía once recuerdo que mi hermana pequeña y yo recogimos toda una camada de cachorros en la calle para esconderlos en nuestro cuarto. Cuando mamá se dio cuenta no nos regañó, nos dejó quedarnos con uno y nos ayudó a buscar hogar a los otros cinco. De ahí salió mi pequeño Tarzan, peludo de raza indefinible. Con el aprendí sobre el natural brote de los instintos caninos. Era un perro por demás activo, o jarioso como diría mi madre. Se escapaba cada que podía para ir tras una hembra que follar. Y en más de una ocasión me tocó que al buscarlo lo encontrara en el pleno acto frenético del bombeo, o pegado a una perra con la lengua de fuera. Cosa que llevó a que mi progenitora me explicara sobre el proceso de la reproducción canina. Pero aún con esa información debo admitir que no podía armar el rompecabezas en mi cabeza. Incluso aunque el aprender sobre la cópula entre perros coincidió casi en fechas con los cursos de sexualidad que me dieron en el último año de primaria, para mi y mi inocencia de aquel entonces no había nada que lo relacionara. No fue hasta un año después cuando fue de mi conocimiento la existencia de la bestialidad y la zoofilia.

La escuela secundaria donde estudié tenía su propia mascota improvisada: un perro de la calle al que todos llamábamos “Solovino” en honor a su desconocido origen. Un pseudo golden retrieve de pelo mas corto y trompa mas chata, de por lo menos tres años de edad. Había llegado a la escuela siendo un cachorro, y como gozaba de la aprobación de la directora, se había quedado dentro de la misma alimentado y cuidado por todos los alumnos y maestros. Era un perro muy dulce y meloso, había crecido bajo el cariño de cientos de adolescentes que lo mimaban y por ello era demasiado dócil. Era un animal que se daba a querer con facilidad. Pero el tierno Solovino tenía ciertas manías algo atrevidas. Había veces que seguía a alguna alumna de manera insistente. Solo era llegar a la escuela, y que aquel animal olisqueara lo que buscaba para que empezara de faldero. Iba tras su blanco, brincando y llorando de manera zalamera, tirando mordiscos a las nalgas o empujando la trompa por debajo de la falda tableada.

La primera vez que lo vi fue cuando le pasó a una de mis compañeras de clase llamada Camila; le cayó encima desde la plaza cívica y fue tal la insistencia que se metió al salón tras de ella, que sentada en su butaca lo empujaba e ...