Mi perversa madrastra (9) - Relatos Eróticos

Mi perversa madrastra (9)

... obstante se trataba de algo que influiría mucho en ella.

Recibí un llamado de mi madrastra, cosa que en sí mismo era algo sorprendente, pues jamás nos habíamos comunicado por ese medio. Inmediatamente el nerviosismo se apoderó de mí. ¿Le había contado algo a papá? Quizás llamaba para advertirme que no intentase nada más con ella. A lo mejor todo había volado por los aires y yo ni siquiera estaba enterado. Tragué saliva.

—Hola —contesté.

En un intento por poner la voz firme, el resultado fue algo exagerado, lo que me hizo sentir un boludo.

—Matías… tu papá… Aníbal —decía mi madrastra, entrecortadamente. Parecía que estaba llorando—. Creo que le dio un infarto —dijo al fin.

—¡Qué! —exclamé, asustado.

No pude evitar imaginar un desenlace fatal. Mil imágenes acudieron a mi mente. Pero las espanté. Era demasiado pronto para pensar en lo peor.

Ella se controló y logró contarme lo que había pasado. Cuando ya estaban en el aeropuerto empezó sintiéndose mal. Tomaron un taxi, esperando que no fuera tan grave. Pero de repente empezó a dolerle el brazo izquierdo. Por suerte el taxista fue lo suficientemente rápido como para llevarlo a un hospital. Ahí le pusieron oxígeno, para que pudiera respirar mejor. Pero la cosa era más grave de lo que Ana Laura imaginaba. Le estaban haciendo una angioplastia mientras hablábamos.

—Ya voy para allá —dije, y corté.

No tenía idea de qué mierda era una angioplastia. Lo busqué en Google con el comando de voz, mientras manejaba, y me dio una respuesta que me dejó un poco más tranquilo. Por lo visto era un tratamiento no invasivo que llevaría una hora más o menos. Le dije a Ana Laura que me llamara apenas tuviera novedades.

Llegué al hospital. Y me tomó otro tanto encontrar el sector en donde estaba mi viejo. Ana Laura estaba sentada en un banco de madera, a un costado estaban las valijas. A pesar de que se trataba de una clínica privada de cierto nivel, igual la glamorosa imagen de mi madrastra contrastaba con el ambiente blanco y sobrio. No es que fuera vestida de manera muy estrafalaria. Por esta vez llevaba un pantalón de lino negro y una blusa tipo camisa blanca. Pero tenía ese porte de realeza que la hacía resaltar en cualquier parte que fuera, como si todo el mundo fuera de una clase social diferente a la de ella, incluso los nuevos ricos como papá.

—¿Y? —pregunté, agitado, y aún algo asustado.

—Lo están operando —dijo Ana Laura—. El médico dijo que es un procedimiento de muy poco riesgo.

—¿Pasó algo anormal aparte de lo que me contaste? —le pregunté.

Lo primero que me vino a la mente fue a ella enfiestándose con un montón de tipos frente a las narices del viejo. Quizás esta vez no lo soportó. Desde un principio Ana Laura me dijo que papá no podía seguirle el ritmo en la cama. Ella sonrió, seguramente adivinando que en mi cabeza había algo podrido.

—No sé si sabías, pero tu papá tiene el colesterol alto. Fuma, y toma mucho. Y tiene sobrepeso. Era cuestión de tiempo para que ...