1. Secuestro y Emputecimiento de Nina (12), Capítulo VII: Noche de arrumacos y merca entre la nena y el Jefe


    Fecha: 04/10/2019, Categorías: Dominación / BDSM Hetero Sexo con Maduras Autor: DarioCodomano, Fuente: SexoSinTabues30

    Después del primer mes y medio más o menos, el Jefe consideró logrado el objetivo envilecer y quebrar anímicamente a Nina, y pudo empezar la fase de manipulación psicópata de la nena. Tras el día de los pellizcones, la niña, tan vivaz, inteligente y llena de gracia antes del secuestro, se volvía un felpudo apenas sentía el ruido de la puerta, y hasta intentaba ocultar sus orgasmos para que el viejo no la fajara tanto. Ya no había deseo en su rostro en las horas previas a cada visita del Jefe, sino una expresión de desolación que iba dando lugar al pánico, y que ni siquiera mitigaba la perspectiva de un sustancioso alimento posterior, ni la (ya para ella evidentemente) necesaria dosis de pijazos.
    
    La mayoría de las veces no pasaba nada. Es decir, la cogía salvajemente y después del segundo polvo a lo sumo se quedaba durmiendo (cada vez más tiempo, algunas veces toda la noche) envolviendo a la violada ninfita en sus rudos brazos con la pija apoyada en el culito cada día más carnoso, parado y redondo.
    
    Pero el Jefe, notando lo bien que la pasaba la nena con las dosis de Gotexc que yo le encajaba arteramente antes de cada visita, me pidió que ya no le pusiera afrodisíacos en la comida y la bebida, que quería cogérsela sin piedad como a una esclava barata, no haciéndola gozar como a una amante cara.
    
    Así y todo, las intenciones sádicas del viejo se vieron burladas a menudo por la conchita de Nina. Es que la niña, como fuere, por tedium vitae, por falta de entretenimientos más edificantes, por Síndrome de Estocolmo, porque el viejo se la cogía muy bien o sencillamente por lo puta que era, alcanzaba casi siempre el orgasmo durante las duras cepilladas que su cruel amo le propinaba (aunque sin esos salvajes squirts que tanto me deleitaban y que la dejaban aniquilada y temblando diez minutos). Entonces fue cuando el Jefe comenzó a respetarla como puta, y terminó convenciéndose de que se la cogía él tan bien que la había emputecido con todo éxito; no era la primera pendeja que emputecía.
    
    Tras el día de los pellizcones, poco a poco y sin traspasar los estrictos límites impuestos por el Jefe, empecé a mimar a Nina más y a comunicarme débilmente con ella, a hacerle saber que de algún modo compartía su dolor y la apreciaba como la hermosa e inteligente mujercita que era.
    
    A la mañana le bajé un desayuno de café con leche, tostadas tibias con miel y dulce de leche para elegir, un gran vaso de naranja y tres medialunas frescas que yo mismo había hecho. No todos los días ni todo el tiempo, pero cada tres o cuatro comidas le dejaba una flor junto al plato, una revista cursi o de superhéroes, un chocolatín o (cuando llegaron los primeros fríos) la poca ropa de abrigo que el Jefe accedía a dejarle usar.
    
    Una vez la vi muy atareada recortando con sus manos (único dispositivo disponible para tales efectos) pedacitos de una revista cursi que le había bajado (siempre las ojeaba someramente enseguida y las devolvía intactas en la primera oportunidad). Cuando ...
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