1. Lo siento, abuela (1)


    Fecha: 08/09/2024, Categorías: Incesto Autor: Hidden Words, Fuente: TodoRelatos

    Tenía 18 años y era todo lo que se podría llamar un chico mal portado. No me interesaba el cole ni las normas. Mi vida era el fútbol y salir con amigos. No escuchaba a mis padres, hermanas, profesores, a nadie. Solo había una persona que me importaba en el mundo: mi abuela.
    
    Cuando era niño me críe con ella y mi abuelo en su pueblo, crecí siendo un niño muy feliz y tuve la mejor infancia del mundo hasta los 8 años cuando mis padres decidieron irse a la ciudad por oportunidades laborales.
    
    Pasaron los años y mi abuelo enfermó y falleció. Mi abuela, terca y orgullosa, jamás quiso abandonar su hogar, por lo que cada año debíamos pasar las vacaciones en el pueblo.
    
    Aquel verano no sería distinto. Sin embargo, una noticia hizo adelantar los planes dos semanas antes del viaje. Mi abuela había sufrido un accidente, tropezó en la entrada de su casa y se lastimó seriamente una rodilla. Ella decía que estaba bien y que no le dolía, pero ya no podría bajar las escaleras o ir a comprar, y necesitaría ayuda con los quehaceres diarios.
    
    Fui el indicado para tal tarea. Por un lado, estaba preocupado, ya sería un mes y medio sin amigos ni ver a Andrea, una chica del instituto con la que salía en ese tiempo. Por otro, sabía que alguien tenía que cuidar a mi abuela y no había nadie más que pudiera o quisiera hacerlo.
    
    Tomé mi maleta y abordé el tren. A medio día estaría en su casa.
    
    —¿Fernando?, ¡¿hijito, eres tú?!
    
    —¡Hola, Abu! ¡Sí, ya subo!
    
    Dejé mis cosas en el cuarto de invitados y subí a verla al segundo piso. Estaba en la cama viendo TV. Se veía bien, mi abuela tenía cierto sobrepeso, pero ahora estaba un poco más delgada y con el cabello más largo. Había dejado el teñido hace un tiempo y ahora lucía completamente gris. Pese a sus 72 años, seguía siendo una mujer hermosa. Sus ojos alegres, nariz pequeña y sonrisa pícara hacían olvidar arrugas y marcas propias de la vejez.
    
    —Veo que te has estado moviendo tal como lo prohibió el doctor —le di un beso en la frente.
    
    —Bueno, sí. Tan solo un poco, hijo, no me puedo quedar en esta cama para siempre, ¿no crees? —tenía razón, yo no podría.
    
    —Lo sé, Abu. Pero ya estoy yo aquí y me encargaré de todo lo que necesites.
    
    El día pasó rápido. Limpié el piso de abajo, jugamos cartas, vimos los programas que le gustan, preparé comida y hasta bebimos unas copas de vino.
    
    Se hizo tarde y mi abuela se quedó dormida. Yo también estaba cansado, así que me retiré a mi cuarto.
    
    Antes de bajar al primer piso pasé por el baño. Lo observaba y pensaba en que mañana tendría que limpiarlo. De pronto, me percaté de algo. En la cesta de la ropa sucia, mirándome, estaban unas bragas blancas de mi abuela. Tenía 17 años y las hormonas a mil por hora. En una casa vieja, sin revistas ni videos, sabía que con imaginación no me bastaría. El morbo me atrapó. Las levanté y las observé por un momento. Eran ajustadas y bastante lindas. No me sorprendió la verdad, mi abuela siempre había sido una persona muy elegante y ...
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