1. El cliente de mamá// cap. 5


    Fecha: 30/08/2024, Categorías: Incesto Autor: JOS LIRA, Fuente: TodoRelatos

    ... pido que no me las vuelvas a mirar de esa manera tan… incorrecta. Y mejor intentemos continuar con lo que estábamos… ¿o mejor no? Creo que mejor no.
    
    La idea original era que mi madre se acostara bocabajo, con las nalgas a mi vista, y que me ofreciera su espalda para untarle esos ungüentos que ella misma elabora y que le provocarían relajación y deseos para gemir y gemir y gemir…, a fin de que los cabrones que están aguardando afuera crean que estamos fornicando.
    
    El problema es que mientras estructurábamos esa farsa, se me ocurrió decirle que mis amigos seguramente iban a preguntarme sobre mis impresiones al haberle tocado a ella sus tetazas. Le advertí con lamento de yo no iba a saber qué responderles, tras lo cual ella se ofreció a dármelas a tocar de verdad, pero sólo para fines didácticos.
    
    Sin embargo, mi repentina erección… (y que ella ha descubierto) seguramente la ha hecho replantearse su ofrecimiento, porque me dice:
    
    —A ver, Erik, si te digo la verdad, me temo que no podremos hacer este experimento mientras… tengas eso tan despierto.
    
    Ambos clavamos la vista en mi entrepierna. Ni mis manos ni su falda de cuero pueden ocultar el abultamiento. Elevamos la vista y nos encontramos de nuevo. El bochorno y la incomodidad que sentimos los dos ahora es muy evidente.
    
    —Oye, Akira… es que… no puedo… bajarlo…
    
    El rostro lechoso y ovalado de mi asiática progenitora luce brillante bajo la lámpara que hay sobre el techo, a dirección de su cabeza. Se ha acomodado en el centro de la cama, sentada, para acercarse un poco más a mí. Y ahora con esa luz pálida chorreando sobre su cuerpo, sus excelsas tetas relucen imponentes.
    
    —Te juro que por más que intento… no se me baja.
    
    En verdad estoy luchando para que mi erección se desinfle, pero entonces el perro destino me hace ver, a través de esa luz brillante, la amplitud de sus areolas salmonadas, escondiéndose debajo de los encajes de su sostén. Son como un par de sombras redondas, del tamaño de los salamis de las pizzas, que se transparentan dibujadas en el centro de sus ubres.
    
    ¡Mierda! Susurro.
    
    Encima me perturba percibir la dureza y lo afilado que lucen sus pezones, porque tengo entendido que eso sólo ocurre cuando las mujeres tienen frío o… cuando están excitadas. Y Akira no tendría ningún motivo para estar excitada allí, sentada en mi cama, semidesnuda, teniendo a su unigénito delante de ella con una erección demoniaca. Trato de averiguar el trasfondo, pero es desalentador.
    
    Entonces mi madre empieza a reír.
    
    —¿Te ríes ahora? —le pregunto un poco indignado, tocándome la verga sólo para confirmar que su dureza es la de una piedra.
    
    —Es que… hasta en eso te pareces a tu padre ¿sabes? —me responde, señalando con la mirada mi entrepierna.
    
    ¡Joder!
    
    Ella podría estar pensando que soy un enfermo mental que se excita viendo la semidesnudez de su progenitora. Podría estar decidiendo si merezco ser encerrado en un psiquiátrico por pervertido. Y, sin embargo, lo que me suelta ...
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