1. El cliente de mamá// cap. 5


    Fecha: 30/08/2024, Categorías: Incesto Autor: JOS LIRA, Fuente: TodoRelatos

    Mi madre se acaba de dar cuenta de que tengo una erección impresionante. Por las longitudes de mi pene no lo he podido ocultar. Ella acaba de advertir que mientras yo miraba sus inmensas tetas, ocultas por ese exquisito sujetador negro de encajes finos, mi pene ha reaccionado escabrosamente y se ha hecho grande, gordo y duro.
    
    Las mejillas me arden y mi corazón me tiembla cada vez que las palabras de mi madre rebotan en mi cabeza:“hijo… quiero que por favor te quites el pantalón, que si sigues con esa erección… vas a lastimarte.”
    
    Ahora Akira sabe que la he estado morboseándo mientras le quitaba la falda de cuero y su blusa de cebra: mientras contemplaba la carnosidad de sus muslos y, sobre todo, sus caudalosos pechos. Haber sido descubierto con mi dureza en la entrepierna me es motivo de vergüenza. Lo que no entiendo es por qué mi progenitora tenía puesta su mirada justo allí, en mis partes pudientes.
    
    —Yo… madre… yo…
    
    Mis mejillas se calientan como si fuesen brazas ardientes. Mis manos están cubriendo mi entrepierna para ocultar esta aparatosa erección, aunque es casi imposible por la magnitud de la misma. Es ahora cuando reniego de tener una gorda culebra como aparato reproductor.
    
    —Lo siento… de verdad…
    
    Ella, que traga saliva y suspira agitada, debería de entender que otra razón por la que he ganado dureza y tamaño en mi falo es por esa promesa que me acaba de hacer respecto a que me enseñará las tetas y me dejará tocarlas. O sea, mi mente ha empezado a divagar. A adoptar formas en mi cabeza. A crear imágenes impropias que no deberían de tener como protagonista a una progenitora.
    
    Cuando levanto la cara de nuevo noto que Akira está sonriendo. Es una sonrisa extraña, y la hace de una forma tan maliciosa y seductora que me cohíbe, una actitud impropia de mí. Como sé que ella continúa recorriendo mi entrepierna discretamente, arrastro la falda que le acabo de quitar y me la pongo encima para taparme por completo, mientras ella continúa sonriendo, casi burlona.
    
    Empujo una sonrisa yo también con la esperanza de romper esta horrible tensión que nos aqueja a los dos, y le digo:
    
    —¿De qué te ríes, eh, traviesa?
    
    —No me río… sólo sonrío.
    
    —¿Y eso? ¿Ahora se te ponen las mejillas coloradas?
    
    —Es que… por Dios, hijo… que no soy de piedra.
    
    —¿Qué?
    
    —¿Qué?
    
    Trato de interpretar las palabras de mi madre y cuando llego a una conclusión, ella ya está mirando para otro lado. ¿Se refiere a que…? Naaaaa. No puede ser.
    
    —Lo siento —reitero otra vez.
    
    Ella se vuelve hacia mí, diciéndome:
    
    —¿Lo sientes, Erik? No, mi vida, más bien la que la quisiera sentir soy yo, tesoro.
    
    Sus palabras de fuego me dejan petrificado por un instante. Ella se da cuenta de mi reacción embarazosa y se cubre la cara, intentando ocultar esa sonrisa traviesa que esta vez le tiñe las mejillas de un tono más rojizo.
    
    —Perdón… —susurra entre risitas.
    
    Abocano oxigeno e intento saber si ha dicho palabras entre líneas en aquél insidioso fragmento. ...
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