La Muñeca de Goma - Relatos Eróticos

La Muñeca de Goma

... para descubrir que no podía hacer ruido en absoluto. Su lengua también era inútil aquí, y su garganta no producía ni siquiera un gruñido o gemido, y mucho menos silabas reconocibles. Había quedado completamente enmudecida por lo que fuera esa sustancia.

Se llevó los brazos al pecho para tratar de evitar la creciente ansiedad, luego los apartó rápidamente con un jadeo silencioso. Miró hacia abajo para ver que sus senos eran más grandes de lo que recordaba, y más sensibles, también. Encontró que sus pezones eran más largos y pronunciados, y aparentemente permanentemente erectos. Y, cuando se acercó para acariciar un pecho con una de sus manos sin dedos, sintió mucha más sensibilidad, ya que la sensación pura irradiaba de ella con el más simple toque.

Mirando hacia abajo en una investigación repentina, encontró cambios similares en su sexo. Sus labios estaban más hinchados y más pronunciados también, mientras que su clítoris estaba largo y erecto. Extendió la mano y ese mínimo toque casi la hace caerse al suelo ante el repentino estallido de placer de su vagina. Parte de ella quería probar un poco más, simplemente caer de rodillas y comenzar a masturbarse furiosamente, pero su ansiedad seguía siendo alta y no se atrevió.

Comenzó a caminar un poco. Su marcha había vuelto a la normalidad, la debilidad anterior había desaparecido, pero la sensación del piso a través de sus pies cubiertos pero descalzos la perturbaba. Estaba cubierta, de pies a cabeza, con una especie de traje sexual de goma, pero se sentía desnuda y expuesta como un pájaro en una jaula.

¿Qué le había pasado?

Pensó en lo último que recordaba y se encontró con el recuerdo de haber atravesado el callejón detrás del local de comida rápida donde trabajaba, como siempre hacía en los turnos de noche. Sólo que esta vez la habían asaltado dos hombres, que le cubrieron la boca con un paño de olor dulce que la adormeció mientras metían su cuerpo en una furgoneta sin marcas.

Después de eso, nada.

Así que la habían secuestrado, con la ayuda del cloroformo, y la habían traído aquí, dondequiera que estuviese, y la habían cubierto con este... traje.

¿Era un traje?

Eso era lo que más inquietaba a Chelsea. Había mirado y palpado por todas partes y no había encontrado ninguna abertura, ni cremallera ni botones ni cierres de velcro, ni costura alguna. Todo su cuerpo estaba cubierto por una funda sin rasgos de algún tipo de sustancia gomosa oscura y no parecía haber forma de quitársela en absoluto.

La idea hizo que su excitación, que había notado que no había bajado mucho desde su breve experimento con el clítoris, aumentase y esa pequeña parte de ella volvió a aconsejar que se olvidase de su situación y se masturbase hasta el nirvana, pero se negó. Necesitaba respuestas.

"¿Hola, señorita Barnes?"

Chelsea levantó la vista, pero no vio nada. Sin embargo, oyó la voz con claridad, así que se proyectaba desde algún lugar. Un altavoz de algún tipo, supuso.

"Veo que está ...