1. Infiel por mi culpa. Puta por obligación (3)


    Fecha: 20/08/2019, Categorías: Grandes Relatos, Autor: DestinyWarrior, Fuente: CuentoRelatos

    ... el único hijo de mi gran amigo y consejero, en el fondo, el padre que no tuve. —Un nuevo silencio y en esa ocasión el gimoteo cobró más fuerza y se desbordaron con ahínco sus lágrimas y las mías.
    
    Esa vez ya no pude detenerlas y tan solo opté por sacar de mi cartera, el paquete de pañuelos faciales para que Camilo se limpiara entre suspiro y suspiro.
    
    Sin darme apenas cuenta ya he atravesado el cruce entre las calles de Penstraat y Johan Van Walbeeckplein. Ha sido rápido y ahora estoy por llegar a la Playa de los Venezolanos. No estoy para nada agotada pero sí creo que es momento de un nuevo compañero de ruta.
    
    Me detengo en frente del Ministerio de Finanzas y extraigo del bolso mi cajetilla de cigarrillos. Tomo uno de los cuatro que me quedan y trato de encenderlo pero la brisa juega con la llama del briquet, una vez y lo apaga; dos, tres... ¡A la quinta es la vencida! Pienso y lo logro. Sonrío triunfante como si se tratara de una gran batalla pero solitaria, pues si me he topado con seis personas en este recorrido, no han sido más.
    
    A la segunda calada, continúo la caminata y entre el humo que sale formando ondas azuladas de mi boca, prosiguen vívidas mis remembranzas. ¿Por dónde iba? Ahhh, sí… ¡En su incontenible llanto!
    
    Mi marido ya más calmado, continuó relatándome que lloró sin ocultar su rostro de la atenta mirada de su madre, que de inmediato comprendió que no eran buenas las noticias recibidas, ella se acomodó el delantal negro sobre su falda de flores amarillas, se puso en pie y se dirigió hasta la cocina en silencio a proseguir con sus labores. La escuchó llorar y se le arrugó aún más el alma. Pero al otro lado de la línea telefónica, las palabras entremezcladas en español e inglés, le devolvieron a esa dolorosa realidad escuchando lo que William le había prometido a su padre, en su lecho de muerte. Seguir velando por su «hermanito colombiano» con la promesa de que algún día se conocerían.
    
    Recién cumplíamos tres años de casados en agosto, –lo recuerdo como si fuera ayer–celebrando aquella ocasión en casa de la madre de mi esposo. Mi familia y la suya disfrutamos de un exquisito almuerzo, por supuesto bailamos salsa y vallenato y el infaltable aguardiente con una que otra cerveza ofrecida por el mayor de mis cuñados. A media tarde tocó a la puerta un mensajero en bicicleta que apareció con un sobre amarillo preguntando por Camilo. Sorprendido, mi esposo regresó a la sala donde todos continuábamos la fiesta y con algo de nerviosismo por conocer el remitente frente a todos, rasgó presuroso la envoltura de papel.
    
    Eran las escrituras de una casa en un sector residencial de Willemstad, acompañadas de un escrito a mano alzada de William que le requería con urgencia para finiquitar los trámites respectivos. Mi esposo y el hijo de aquél holandés eran los propietarios y aquella insospechada herencia se convertiría con el pasar de los meses, –tras nuestro arribo en un noviembre bastante gris como hoy– no solo en nuestro nido de ...