1. Alicia en el país de las maravillas


    Fecha: 25/03/2019, Categorías: Incesto Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos

    ... está apoyada en la puerta, envuelta en la manta y fumándose un cigarrillo. Insolente, lanza un perfecto anillo de humo en mi dirección.
    
    — Creía que las chicas de la generación “Ya”, no fumabais —digo tratando de ocultar mi irritación.
    
    — Bueno, sí —dice con una sonrisa de suficiencia— Hay muchas cosas que no nos animan a hacer. Se supone que no debemos hacer esto, que no debemos hacer lo otro. Casi todo lo divertido resulta que no es bueno para nosotras, en fin.
    
    — Sí, ya se escuchan rumores de que van a prohibir el sexo con penetración —comento resignado.
    
    — Vamos a ver —empieza, cargada de razón— Si no puedes hacer todas esas cosas malas cuando aún eres joven para disfrutarlas, entonces cuándo vas a hacerlas, ¿eh?
    
    Alicia, mucho más calmada que antes de follar, se despega de la puerta y regresa al salón con aire decidido. “Toda una putilla”, pienso, siguiéndola. De nuevo inhala intensamente su cigarrillo, como quien sorbe un delicioso batido, y me lanza otro anillo de humo a la cara. Si hubiera podido atraparlo le habría rodeado su bonito cuello con él.
    
    — Además, no creo que sea tan malo fumarse un cigarrillo después de follar.
    
    — Bueno… —rezongo— Depende de cuantas veces folles al día.
    
    Alicia, se ríe, aplasta el cigarrillo en un cenicero y contonea sus caderas hacia mí.
    
    — Ala, ya puedes follarme otra vez.
    
    — No te andas por las ramas, ¿verdad?
    
    — Nunca.
    
    Y me rodea el cuello con los brazos, poniendo en práctica toda una serie de gestos coquetos que probablemente habrá practicado frente al espejo en casa de su madre, y entonces me besa. Su aliento joven y caliente sabe a sexo, a mi sexo. Sin embargo, me permito igualar el descaro de sus labios sólo para poder aprisionar sus jóvenes pechos con mis manos y pellizcarla los pezones. Luego acoplo las todavía húmedas palmas de mis manos a su carnoso trasero y la atraigo hacia lo que de nuevo crece en mi mente.
    
    Sus traviesos ojos se abren de forma desmesurada cuando la aprieto contra mí sexo. No puedo decir que no me sintiera tentado de repetir.
    
    — O mejor me cuentas un cuento, ¿vale? —intenta escaquearse, admitiendo el farol.
    
    — No me sé ningún cuento —respondo, estrechándola con más fuerza— Pero sí muchas historias de terror. Del tipo en que a la bella pero malcriada princesa el malvado ogro la cuece viva y la devora.
    
    Un pequeño destello de duda empieza a surgir en sus corruptos ojos, pero es cuando, de un fuerte tirón, la despojo de la manta y la dejo completamente desnuda, cuando la insolente muchacha pierde de golpe todo ese aire de seguridad. Entonces la miro como hubiera hecho Aníbal Lecter en “El silencio de los corderos” antes de degollarla, descuartizarla y cortarla en finos filetes.
    
    — Oh, sí. Podría contarte muchas historias de esas —digo de modo siniestro—. Historias que los padres precavidos les cuentan a sus hijas. Historias horribles que logran que esas chicas tengan la clase de pesadillas que hacen que ellos se sientan tranquilos.
    
    — Cállate ...