1. Madre e hija, de tal astilla, tal palo


    Fecha: 24/07/2019, Categorías: Incesto Autor: Schuko, Fuente: TodoRelatos

    ... tres dedos de la joven en el ojete materno, aparentemente sin causar excesivas molestias.
    
    Decidí entonces, haciendo un gesto a Eugenia, cambiar de tercio. La joven sacó los pringosos dedos del culo de su madre y dejó el sitio para que colocase mi húmedo capullo a la entrada del sonrosado ojete de Dolores. La joven, mientras tanto, se colocó frente a su madre que la miró con gesto suplicante y ojos de cordera degollada. Su hija, le acarició la mejilla y, metiendo sus dedos recién salidos del cálido ojete materno en la boca para que la jamona saborease el sabor de su culo, le susurró como si hablase con una mascota:
    
    —¡Psssss, tranquila mamá…! Ya verás como no te duele mucho. En cuanto te acostumbres te va a encantar —después, acercó su boca y le dio un besito en los labios que pronto se transformó en un intenso morreo. Dolores, estaba tan nerviosa y asustada que necesitaba distraerse de la extraña sensación de aquel intruso que pugnaba por asaltar su retaguardia.
    
    Mi tranca como un bastón, estaba pringosa de las babas de la puerca. Tras abrir las nalgas de la cerda, escupí un par de veces en el ojete que previamente había preparado Eugenia y apunté con decisión mi capullo. Poco a poco, la polla se fue abriendo paso en las entrañas de la jamona. Ella se revolvía instintivamente, pero sin dejar de ofrecer generosamente su pandero. Estaba cachondo como nunca y más viendo el lote que habían empezado a pegarse madre e hija. Un lote que, cuando el capullo logró entrar en el esfínter, provocó un gruñido gutural en la jamona que, con los dientes apretados y los ojos lagrimeando se aferró con fuerza a su hija que seguía consolándola y besándole el cuello.
    
    —¿Quieres que pare, guarrilla? —pregunté al ver su expresión reflejada en el espejo. Aunque, fuese cual fuese la respuesta, no pensaba hacerlo. Era un pregunta retórica.
    
    Dolores, haciendo de tripas corazón (y nunca mejor dicho), me respondió casi sollozando:
    
    —No… nnno… Paco, sigue, si quieres… ya debe quedar poco, ¿no?
    
    —Sí, claro, putilla, ya casi está entera —mentí. ¡Quedaba poco por los cojones! Tan solo había entrado el capullo y poco más. Pero algo de esperanza había que darle a la buena mujer. A fin de cuentas se estaba esforzando bastante. De frente, tenía la cara de la cabrona de su hija que me miraba con una sonrisa maliciosa de oreja a oreja, indicándome con la mano que le diese caña a su madre. Ya me lo había dicho el día anterior: «¡a ver si espabilas a esta tonta mojigata de los huevos, que lo necesita como el respirar!».
    
    Así que, atento a los deseos de Eugenia, pegué tres o cuatro arreones fuertes, que tuvieron como respuesta sendos gruñidos y lloriqueos de la jamona, hasta que los huevos me rebotaron con el chocho. Allí estaba el premio, unos veinte centímetros de tranca encajados en aquel estrecho ojete todavía virgen a los cincuenta tacos. La pobre Dolores, como su nombre indica, ya no podía con su alma y esta vez, sí que decidí darle un poco de caña y empezar a ...