1. La venganza se sirve fría... y muerta


    Fecha: 27/10/2022, Categorías: Fetichismo Autor: El Baron Kruento, Fuente: TodoRelatos

    ... como persona normal, se encontrara allí. Sin haber logrado nada en la vida, sin haber hecho nada de provecho, fulminada como una despreciable yonqui... allí estaba esa abusona insufrible, con esas tetas impresionantes de siempre, con su cabello sedoso y su rostro simétrico. Y con la tonalidad morena de su piel deformada por la palidez mortuoria. Raquel estaba buena y lo sabía, pero nunca había estado tan buena.
    
    La metí en la cámara frigorífica tras los trámites pertinentes, y paseé por todo el edificio. Lo hice con la mirada pétrea, tal vez mintiéndome a mí mismo y diciéndome que simplemente estaba haciendo frente a una experiencia traumática. Pero, por el contrario, lo que hacía era agrandar el trauma. Lo que hacía era pensar en la vida tan plena que seguramente habría tenido esa zorra, en la de amigos que habría hecho, en la de fiestas a la que habría acudido y polvos que habría echado. Me aseguré de que no hubiera nadie, con una idea macabra metida en la cabeza.
    
    Una vez de vuelta en el depósito, cerré la puerta con mi llave. Sabía que eso podía suscitar preguntas, que acabaría cargándomela si venía alguien a reclamar el cadáver. Pero estábamos lejos del pueblo y sus amigos, si habían compartido las drogas que la habían matado, dejarían que la recogieran sus padres. Además, no estaba pensando con la cabeza, sino con un órgano sexual que palpitaba con rencor y rabia.
    
    La saqué de la cámara, como si fuera ropa sucia de un cajón. No había pasado mucho tiempo, por lo que el cuerpo seguía apetecible, carnoso, con ese puntito siniestro de valle inquietante que me hizo sonreír como un bobo. No sé cuánto tiempo estuve mirando el cadáver. Sé lo que se me pasó por la cabeza: qué dirían tus padres si te vieran, estás arriesgando tu trabajo, eres una persona despreciable. Pero dentro de mí había una pulsión infernal, un regusto luciferino que no había aprendido a apreciar hasta ese momento. Miré a esos ojos vacíos, extendí la mano hacia su busto. Acerqué mis dedos a su pecho izquierdo (era el izquierdo, aún lo recuerdo), con una lentitud que estuvo a punto de hacer que me desmayara. Conteniendo la respiración.
    
    Agarré esa teta y me sorprendí de que no me hubiera fulminado un designio divino. Acto seguido, aún con la boca abierta, me pasé unos minutos manoseando esa mama, luego acariciando a su compañera. Al contrario de lo que había sucedido con mis socorridas meretrices, no había nadie allí para decirme que se había acabado el tiempo, que no apretara tan fuerte, que no le pellizcara el pezón. Expulsé un jadeo de preadolescente descubriendo su primera paja, desquiciado por el tacto frío y blando de esos dos epicúreos monumentos a la lujuria.
    
    "No me extraña que fueras tan popular, puta"-pensé, y el hecho de que no hubiera sonado una sirena de Policía al tocarle los pechos hizo que me cargara de coraje-. "Pero eso se ha acabado. La muerte nos iguala a todos, zorra, y a algunos más que otros".
    
    Apoyé el rostro en su ombligo, besando cada ...
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